Aunque había anunciado que sus planes para cuando saliera de prisión pasaban por dedicarse a escribir, Iñaki de Juana Chaos explora ahora las posibilidades de convertirse en taxista en Irlanda del Norte, cuya nomenclatura callejera ya ha tenido ocasión de interiorizar.
Una vez más, la vida imita al arte, en este caso, al séptimo arte. Si el Travis Bickle del ‘Taxi Driver’ de Scorsese volvía zumbado de la guerra de Vietnam, nuestro hombre no termina de encontrar la estabilidad y, sobre todo, esa espesa discreción que su delicada situación requiere si desea tener alguna posibilidad de seguir adelante con su vida.
Hay que decirlo cuanto antes: De Juana es un taxista improbable. Arrastra un permanente enfado incompatible con los atascos y otros avatares circulatorios, nadie daría un duro por los puntos de su carné y resulta del todo inapropiado para hacer suya la frase talismán de los taxistas: “Eso lo arreglaba yo en cinco minutos”.
A veces, la primera idea es la mejor. Alguien debería animarle a retomar su intención original y volcar sus esfuerzos en la escritura, más aún en el seno de una izquierda abertzale prolífica hasta la
grafomanía cuando se trata de generar documentos y plasmar negro sobre blanco
tanto cualquier reflexión como sus posteriores interpretaciones.
El
taxi, por el contrario, nos remite a un gremio que históricamente ha engordado las audiencias de la Cope y otras emisoras de las que se podrán decir muchas cosas, pero no que estimulen la reflexión sosegada y el discurso sereno.