Seguro que hay muchos empresarios que generan empleo, pero lo que es rigurosamente cierto es que hay otros que lo degeneran. No obstante, el presidente de todos ellos no pertenece a ninguno de los dos grupos.
Frente a la destrucción masiva de puestos de trabajo que, mes a mes, registra el país, Gerardo Díaz-Ferrán representa el ala más artesanal del ramo mediante un procedimiento inspirado en las tortillas de su homónimo cocinero: la deconstrucción, en este caso, de empresas.
A la evaporación de su aerolínea, le siguió la intervención de su compañía de seguros para llegar ahora al empufamiento -30 millones de euros- de su agencia de viajes. Díaz-Ferrán como líder de los empresarios españoles equivale a Grecia como presidente de turno de la UE. Una visita explicativa de nuestro hombre al ‘Financial Times’ para detallar la solvencia de sus empresas daría con los redactores del diario en el suelo a causa de la incontenible risa.
Sin embargo, la CEOE ni se plantea relevarle. Frente a otras candidaturas que pudieran surgir, principalmente del sector de presidentes de clubes de fútbol, Díaz-Ferrán exhibe una ventaja incuestionable: consigue mantener la ilusión de que el suyo es un caso aislado en la patronal española, una máquina de crear riqueza.
Gobierno y oposición comparten la fascinación por el personaje. El primero sospecha que las múltiples necesidades del sujeto en materia de asistencia económica le harán más manejable; la segunda es mucho más imaginativa: alega que ser un mal empresario no está reñido con ser un gran presidente de empresarios. En otras palabras: hay que condenar a Díaz pero hay que perdonar a Ferrán.