Hoy es el día señalado para la desaparición de la señal analógica de televisión, pero no importa porque la profecía tecnológica goza de una credibilidad que ya quisieran para sí las autoridades sanitarias.
A estas horas, el 90% de los ciudadanos dispone de su decodificador, mientras que casi nadie se ha vacunado contra la gripe A. El 10% restante lo constituye ese grupo de irreductibles que lo mismo se propone abandonar el tabaco cada 1 de enero que quitarse de la tele al llegar la primavera.
A partir de hoy, ya tendremos acceso a esos 57 canales de los que hablaba Springsteen en su canción y aunque efectivamente en ninguno de ellos habrá nada que ver, esto carece de importancia. La televisión es ese electrodoméstico que cuando está apagado captura en su pantalla el reflejo de una familia alienada en el sofá, una imagen insoportable.
Y si el aparato ocupa el lugar central de la casa es sólo en señal de eterno agradecimiento. Al fin y al cabo, resulta imposible cuantificar todo el horror que nos ha ahorrado al expulsar para siempre de los hogares prácticas cotidianas tan abyectas como el rezo del rosario, la charla familiar o incluso el silencio sideral entre cónyuges.
Por lo demás, la implantación masiva de la TDT permitirá mantener en su actual simplicidad las doctrinas en materia criminalística ya que, como se sabe, todo delito y toda fechoría, tienen en su origen la perniciosa influencia de la televisión. Ahora, sólo queda esperar que algún teleoperador incluya en su paquete-oferta el acceso ilimitado al circuito cerrado de cámaras del Carrefour, últimamente, el ‘reality’ más animado de la programación.