Retornar a Primera División se está convirtiendo en una misión agotadora. En el caso de la Real, todo apunta a que se tardará en subir el mismo tiempo que se empleó en bajar, es decir, tres años.

Y es paradójico este empeño en volver a la elite, cuando la Segunda División nos está dando todo lo que durante tanto tiempo nos negó la Primera: victorias sin cuento, rachas increíbles en Anoeta, optimismo tras partidos igualmente infectos y la posibilidad de competir en lo alto de la clasificación.

Afortunadamente, la temporada en Segunda es interminable. Si se consuma el ascenso, volveremos a ser ese equipo agónico que, lunes a lunes, especula con las posibilidades de mantener la categoría si se ganan los siguientes treinta partidos. El entusiasmo empieza a alcanzar niveles insoportables, pero por fortuna, la Audiencia Nacional sólo actúa contra ex jugadores.

En rigor, la Liga Adelante no es Segunda, sino Tercera. Barça y Real Madrid conforman la Primera y el resto de equipos de la Liga BBVA, la Segunda. Entre unos y otros se abre el gran abismo que va del sublime entretenimiento a la mediocridad más abyecta. Así, las cosas, qué decir de nuestra categoría. Basta mirar el lugar que ocupamos en la clasificación y luego, el indescriptible juego desplegado sobre el terreno tanto por los de Lasarte como por cualquiera de sus rivales.

El mero hecho de imaginar que el año que viene el Barça visitará Anoeta y la Real, el Nou Camp -y será el espectáculo más insólito desde la boda de Ava Gardner con Mickey Rooney- produce pavor. Nuestra única posibilidad consistirá, no en jugar mejor que los de Guardiola, sino en arrastrarlos a nuestro fango. El duelo servirá para establecer en la exactitud del marcador dónde se sitúa el nivel de compasión del rival.