Así como lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas, lo que sucede por encima de los ocho mil metros solía quedarse por ahí arriba. Así, no se sabe muy bien lo que pasó con Reinhold Messner y su hermano, o si Mallory murió al subir o al bajar del Everest.
Pero ahora, la carrera entre Edurne Pasaban y su amiga Miss Oh se acerca al filo de la trifulca. El tema es cuál de las dos se convierte en la primera mujer en subir a los catorce ochomiles, esas montañas con nombres tan sonoros como Annapurna, Shisha Pangma o Kachenjunga, cuya sola mención evoca a un grupo de antiglobalizadores con rastas tocando el tambor.
Aunque génericamente esta carrera se conoce como “a ver quién es la
primera mujer en subir a los catorce ochomiles”, en rigor se trata de
ver cuál es la primera en bajarlos, por aquello de que “la ascensión
termina en el campamento base”.
Los montañeros, y más los de altura, son personas que gustan vivir en armonia con la naturaleza, pero ésta no incluye a los equipos de televisión rivales, ni a los sherpas que sabían demasiado. En el caso de Miss Oh, Pasaban duda de que su foto en la cima de Kanchenjuga sea real, pese a que al fondo se ve con toda nitidez una urbanización. Por lo demás, es probable que ni siquiera sea coreana y se esté limitando a fingir.
En este punto, cabe recordar que vivimos en ese punto de la historia en el que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba de morir. En otras palabras: se puede retransmitir un directo un bombardeo, pero se tarda un tiempo en certificar si alguien ha subido o no a una montaña. De cómo estará el tema da cuenta el hecho de que dicen que hasta el ex senador Luis Bárcenas se quedó a 400 metros de hollar la cima del Everest.
Por ahora, la nube de ceniza volcánica está respetando el Himalaya. Un par de nuevas erupciones, un repentino cambio en la dirección del viento y pronto estaremos viendo en Facebook fotos perfectamente negras, con la leyenda: “Y éste soy yo en la cumbre del Gasherbrum”.