Ha amanecido lluvioso en San Sebastián, precisamente, el día en el que la ciudad afronta otra de sus citas con la Historia, en este caso, el sorteo del alquiler de los toldos que quedarán disponibles en La Concha tras la aplicación de la Ley de Costas: un total de 431 parasoles, el 49% de los actuales.
Como la muerte, el sorteo a todos nos iguala. Incluso a los donostiarras. He aquí la arbitrariedad en estado puro. Depositar el derecho inalienable a un toldo en La Concha que asiste a todos los habitantes de esta ciudad en el caprichoso azar supone la abolición de facto de los Derechos Históricos.
Cabe recordar en este punto que la titularidad de algunos de los toldos que hoy se sortean data incluso de la época preconstitucional. Partiendo del hecho de que el disfrute de la playa debería organizarse según estricto orden de llegada a la arena, hasta la subasta hubiera sido preferible al sorteo por aquello de trasladar valores tan nuestros como el clasismo a todos los ámbitos. Ahora, sin embargo, familias de campanillas se ven obligadas a competir con asiduos al bingo en esta competición por lograr un lugar bajo el sol.
Por lo demás, se trata de una cuestión cuantitativa, no cualitativa. Sea cual sea el resultado del sorteo, nuestras playas seguirán ancladas estéticametne en el Novecento Easonense, una escuela pictórica que tantas vocaciones en forma de acuarela sobre tabla ha alumbrado.
Todas las esperanzas de que nuestro litoral ingrese algún día en el siglo XXI squedan ahora depositadas en el cambio climático en curso y esa subida del nivel del mar que se anuncia inminente. Por lo demás, hay que reconocer que si bien es cierto que alguien sentenció que toda propiedad es un robo, también lo es que del aquiler no dijo ni nada.