En atención al Día del Libro que se celebra hoy y como ya es costumbre en este blog, aquí va el fragmento de una novela. Esta vez se trata de ‘El maestro Juan Martínez que estaba allí’ (Ed. Libros del Asteroide), de Manuel Chaves Nogales, más bien un reportaje, en el que se relatan las tribulaciones de un bailaor flamenco, al que la Revolución de 1917 sorprendió en plena gira por tierras de Rusia y Ucrania.
“En todas las estaciones el espectáculo era el mismo: manadas de tíos miserables que vociferaban y algún que otro judío enfundado en su largo abrigo negro dirigiendo aquella imponente batahona o presenciándola impasible. Aquella gentuza, en cuanto nos veía, empezaba a gritar contra nosotros desaforadamente. No parecía sino que éramos el espectro de la burguesía. En una estación estaba yo llenando de agua nuestra tetera, sin hacer caso de los gritos, cuando se me acercó un hastial, que de un manotazo me tiró el cacharro, y me dijo:
-¡Largo de aquí, cochino burgués!
-¡Largo, si no quieres que te arrastremos!- corearon diez o doce gandules que le seguían.
Me revolví furioso al verme atropellado tan injustamente.
– Pero, ¿por qué?
-¡Porque eres un burgués asqueroso y te vamos a colgar ahora mismo!.
-Yo soy tan proletario como ustedes.
Me contestó una salva de carcajadas. Yo, realmente con mi cuello almidonado y el gabancito corto que llevaba, debía de tener entre aquellos bárbaros, que lucían las ropas en jirones, un aire bastante ridículo.
-¡Yo soy tan proletario como ustedes! ¡O más! -grité exasperado.
-¡Mentira!
-¡Mentira!
-O demuestra ahora mismo que se gana la vida trabajando como un obrero o le arrastramos.
-¿Queréis que os pruebe que soy un proletario?- pregunté jactancioso.
-¡Como no lo pruebes no sales de nuestras uñas, canalla!.
Hubo un momento de silencio. Les miré a los ojos retándoles y les grité con rabia:
-¡Mirad, idiotas!
Y les mostraba, metiéndoselas por las narices, las palmas de mis manos deformadas por dos callos enormes, cuya contemplación causó un gran estupor a aquellas gentes.
Eran los callos que a todos los bailarines flamencos nos salen en las manos de tocar las castañuelas.
Ellos me salvaron”.