La cita ineludible con la historia de esta semana arrancaba ayer bajo los presagios funestos de Standard & Poor’s, que rebajaba la solvencia de España, un concepto difuso pero que hasta que el Constitucional diga lo contrario sigue englobando a Cataluña.
El Barça juega muy bien al ftúbol pero fracasaría estrepitosamente en el campeonato manomanista y anoche el Inter era un frontón. Un análisis pormenorizado de la actuación de cada jugador blaugrana no conduciría a estas alturas a nada. Tan sólo apuntar que Messi volvió a actuar como dios, en esta ocasión, mediante incomparecencia en el momento en el que más se le necesitaba. En cuanto al árbitro, se ganó a pulso el derecho a tener en cuenta su nombre cuando se renueve el alto Tribunal que deberá decidir sobre el Estatut.
El encuentro, que tanto prometía, terminó siendo lo más parecido a una película X protagonizada por una muñeca hinchable en la que hasta Nacho Vidal hubiera sucumbido a la flacidez. Fue tal la renuncia interista que si en pleno partido hubieran segado el césped de la mitad del campo que defendía el Barça, el juego no se hubiera resentido un ápice.
Los cronistas deportivos hablarán de monólogo estéril y los dramaturgos, de diálogo de besugos. Fuera como fuese, para cuando arrancó la segunda parte el espectador ya se había entregado a juegos mentales, tales como dilucidar a quién votará en las próximas elecciones generales, si a Standard o a Poor’s.
Al final, no habrá apoteosis azulgrana en el Bernabéu. Al menos eso, ya no hay quien se lo quite a Florentino, una forma como otra cualquiera de amortizar su inversión. Mientras en el campo, los operarios del Camp Nou ponían a funcionar a toda pastilla los aspersores mientras la plantilla del Inter celebraba su proeza. Dado que el seny catalán proscribe orinar sobre la afición rival, cabe leer el percance en clave de ‘lluvia dorada’.