Llevaba varios días raro, pero supe que había llegado el momento de llamar a Osakidetza para pedir hora cuando leí en el periódico el siguiente titular: “Las máquinas se adueñan de Wall Street”. Era mediados de mayo de 2010, lo recuerdo perfectamente porque la Real estaba a punto de culminar el primero de sus tradicionales ascensos bianuales a la Categoría de Honor.
El doctor me escuchó con paciencia y su diagnóstico fue concluyente: “Riesgo de contagio griego”, sentenció, a pesar de mis reiteradas explicaciones en torno a que tal práctica no formaba parte de mi vida cotidiana, más allá lógicamente de lo que son unas relaciones laborales sanas entre jefe y empleado vividas, dicho sea de paso, con plenitud.
Haciendo caso omiso de mis aclaracioines, el médico insistió en que me hiciera unos análisis porque me veía unos niveles algo bajos de Dow Jones y acudiera con los resultados al especialista, un tal Standar & Poor’s. Una autoridad en la materia que, tras escucharme atentamente, me recetó deuda española -dos comprimidos tras cada comida- y me recomendó suspender las cotizaciones durante unas semanas, hasta que me encontrara mejor.
En efecto, apenas unos días después, la mejoría fue notable y la recuperación satisfactoria, por más que la idea de que crisis y oportunidad vienen a ser la misma cosa ocupaba todos mis pensamientos, desalojando de mi cerebro cualquier otra idea. Luego me enteré de que era uno de los efectos secundarios del tratamiento. Ahora convivo con ese mantra sin mayores problemas.
Pronto volví a ser el que era e incluso encontré empleo. Ahora ejerzo de Ibex-35, vendiendo valores en los mercados y así. Empecé en el de San Martín, pero me han ascendido al de la Bretxa. Mientras tanto, mantengo conversaciones con el vendedor de ‘La Farola’ -sede social en Narrica esquina Boulevard- de cara a una posible fusión para ampliar el tarjet y eliminar competidores, en este caso, el vendedor de la ONCE.
Hasta que todo esto se concrete en algo, sigo vendiendo valores en el mercado. Las señoras que compran chopped me dicen: “Dame dos de Repsol, majo, y a poder ser, que acaben en cuatro”. A veces, hasta me dan propina, siempre acompañada de la recomendación: “Y no te lo vayas a gastar en eléctricas”. Sé que estoy en el buen camino y que algún día dejaré los mercados para hacerme un hueco en los supermercados o incluso en algún hipermercado. Mi ambición no conoce fronteras. El cielo es el límite.