El Rey ha sufrido numerosos percances de salud, pero ninguno durante el ejercicio de sus funciones, lo que demuestra que el de Monarca es uno de los oficios que más baja siniestralidad laboral registra.

Lo suyo han sido los accidentes más diversos, todos ellos fruto de una forma muy personal de entender el ocio e íntimamente relacionados, no con ser rey, pero sí con todo eso que se recoge bajo la expresión “vivir como un rey”.

Lesiones durante cacerías, colisiones contra la puerta cuando se dirigía a la piscina, contusiones al bajarse de un taque y, sobre todo, múltiples caídas -tanto en soledad como colisionando con otros- durante la práctica del esquí en las mejores pistas de Europa jalonan las estaciones de este Vía Crucis real.

Los médicos, que nunca le recomendaron que dejara de lanzarse por las pistas de nieve, ni que retirara de Palacio las puertas de cristal, ni que se excusara de participar en maniobras militares, le han aconsejado que deje de fumar, especialmente, esos puros que todos los meses le envía Fidel Castro.

Como siempre, las Ciencias Naturales han ido por delante de las Políticas. Al Rey le han quitado un tumor que hasta ahora era benigno, pero que en el futuro podría convertirse en maligno. He aquí una gran enseñanza de la que podrían extraer alguna enseñanza respecto de la Monarquía todos esos autoproclamados republicanos, pero que se confiesan ‘juancarlistas’.