Apenas dos días después de acumular un descenso del 14% para situarse
por debajo de los 10.000 puntos y sin apenas tiempo para reponerse, el
Ibex-35 ha decidido atacar la cima de la Bolsa de Madrid y a estas
horas registra un 12% de incremento, el mayor de su historia.
El motor de tamaña subida no es una inmejorable oferta económica por
parte de un Juanito Oiartzabal bursátil, sino la especulación tal y
como la hemos venido conociendo toda la vida, pero adaptada a las
nuevas tendencias hasta convertirse en un ente que encarna la
ambigüedad como signo de los tiempos. Y es que si el miércoles, el
jueves y el viernes era muy mala, el lunes se ha convertido en muy
buena.
Por fortuna, las amenazas del Gobierno de ZP en el sentido de que no
permitirán que los especuladores manejen los mercados a su antojo se
han quedado en simples bravuconadas. Al fin y al cabo, qué otro motivo
podría tener alguien para invertir en Bolsa que no fuera la
especulación.
Hace mal el Gobierno en tomárselo como algo personal ya que todo esto tan sólo obedece a un código binario muy simple -compra cuando creas que vas a ganar, vende cuando temas que vas a perder- de cuya ejecución, según supimos el viernes, se ocupan unas máquinas, no ya superinteligentes desde el punto de vista emocional, sino incluso muy intuitivas.
Como sucede con lo mejor de nuestra cultura, en el origen de todo esto se encuentra Grecia. Y a diferencia de lo que sucede en la alta montaña, la subida no precede al rescate, sino que es su consecuencia. De consumarse la espectacular recuperación al cierre del mercado, se confirmará la superioridad de las máquinas sobre los hombres y, en especial, sobre los ‘sherpas’.