La fe es un don divino capaz de amparar cualquier relato, pero hablar desde un avión dotado de las últimas prestaciones tecnológicas sobre la aparición a unos pastorcillos de un señora que murió diecinueve siglos antes tras dar a luz siendo virgen es forzar un poco las cosas.

Nada de esto impidió ayer Benedicto XVI arrancarse ante los periodistas que le acompañaban en su vuelo con unas declaraciones en las que relacionaba los escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia Católica con el tercer secreto revelado en Fátima.

Es el momento de asumir que por espectaculares que sean este tipo de apariciones, se suelen saldar con un rotundo fracaso desde el punto de vista preventivo. En el caso que nos ocupa, ni sirvió para evitar los abusos a menores, ni el atentado contra Wojtila. A la luz de estos hechos, resulta normal que se prodigue tan poco desde entonces.

Quizás hubo un problema de comunicación. Ya en 1917, la virgen rehusaba aparecerse ante el director de algún periódico con amplia difusión y apostaba por lanzarse contra los pastorcillos, en una actitud que puede leerse también en clave de revelación, quizás un anuncio de que la prensa escrita sucumbiría a los pies de las redes sociales de internet.

En cualquier caso, sólo la dificultad que presentaba desencriptar los tres secretos revelados evita que Ratzinger haya dejado peor que mal, no sólo a sus últimos predecesores en el cargo, sino también a los tres niños del sector primario, que lo sabían todo y callaron como…, con perdón.

Y lo más alarmente es que, según Ratzinger, todos estos problemas seguirán acosando a la Iglesia hasta el final de los tiempos, lo cual, sólo puede significar que o estamos en vísperas del desenlace o van a seguir saltando escándalos de abusos, bien porque aún no se conocen todos, bien porque se van a seguir produciendo.