Que el Real Madrid tampoco iba a comerse un rosco esta temporada es algo que ya se presumía desdeverano, cuando apenas fue capaz de firmar una victoria ramplona frente a un equipo de risa como la Real, por muy amistoso que fuera el encuentro.

En cualquier caso, los merengues suman  un nuevo subcampeonato que añadir a su últimamente nutrida vitrina de fracasos. Con una plantilla construida a base de jugadores procedentes de equipos inferiores -al menos económicamente- y formados todos ellos en los valores de la cartera,  el club habrá de cepillarse otra vez a su entrenador para conservar a Valdano, vivo ejemplo de que eso de que “la carrera del futbolista es muy corta” no pasa de ser otra falacia.

El Barça, por su parte, triunfa por el mundo y, doble mérito, lo hace con un modelo muy similar al de la Real, basado en el principio chillidesco de tener “las ramas hundidas en la tierra, pero las raíces abiertas al mundo”. O quizás sea al revés. En cualquier caso, sus jugadores son un especial de ‘Catalanes en el mundo’, pero a la inversa.

Por lo demás, esta Liga ha sido de las más exigentes, no sólo en puntos y goles, sino en declaraciones previas a los partidos. Hemos dado un salto cualitativo al pasar del “fúbol es fútbol” al “no tenemos nada que celebrar hasta que ganemos” (Guardiola) o “los jugadores siempre han confiado en mí” (Pellegrini).

El resto de los entrenadores han seguido aferrados a los viejos mantras -“sólo pensamos en el próximo partido”-, lo cual explica el abismo que se ha abierto entre los dos primeros equipos y el resto, convirtiendo la Liga en una eliminatoria a dos partidos  sutilmente camuflada.

De todas formas, así como resulta comprensible que los clubes quieran ganar, es inaudito que los jugadores compartan ese deseo, a la vista de la liturgia que acompaña cada triunfo. Las aficiones se han vuelto cada día más exigentes y ya no les basta con que se les dedique el triunfo.

Ahora quieren además que los jugadores bailen, les entretengan y les hagan reír, contándoles chistes de los de “se abre el telón” o “camarero, una de bravas”. Y en eso están los del Barça. Mientras, los del Madrid se relajan en el aeropuerto, con declaraciones del tipo “se han sentado las bases para un gran proyecto”, en efecto, también un chiste, pero de un humor mucho más fino.

En días como hoy se demuestra que jugar en Primera División es un mal negocio. Mientras las aficiones de Barça y Madrid languidecen -esta última, encima, amargada-, nosotros seguimos vibrando con la Real en su interminable retorno a la máxima categoría, sin sufrir los rigores de esa vida sin fútbol que es la espera hasta que empiece el Mundial.