En medio de este maremagnum de malas noticias, salpicado de algunas pésimas, con el que nos desayunamos a diario, por fin, un motivo para la esperanza. Y es que este mediodía arrancará en Bilbao la construcción del nuevo San Mamés con la colocación de la primera piedra a cargo de los que siempre están libres de pecado.
Frente a las inevitables voces disidentes empeñadas en dar la nota discordante, hay que decir que el campo sólo costará 175 millones de euros. Si acaso este argumento no fuera definitivo, siempre se puede añadir otro frente al que palidecen todos los demás: se trata de “un proyecto de país”. Ahí queda eso.
Una cadena humana -en la que no faltarán niños, el sector social que mejor ha entendido la necesidad de acometer esta inversión- llevará hasta los terrenos de la nueva instalación un trozo de césped -indispensable en la dieta de la sociedad civil- y un pedazo de cemento -en homenaje al rostro de los líderes que harán realidad este sueño-.
A la luz de los acontecimientos se entiende mejor el esfuerzo salarial solicitado tanto a pensionistas como a funcionarios que, en el caso de los vascos, apenas será de un 2%. Es más: la iniciativa se inscribe de pleno en una enraizada tradición que proclama que a más crisis, más fútbol, un sustitutivo del sexo y la política de eficacia más que demostrada.
Al fin y al cabo, el estadio es el único lugar en el que a los ciudadanos se les permite comportarse como sus señorías, los senadores, esto es, levantándose de sus asientos para proferir insultos a gritos. Si es en los grandes momentos cuando las sociedades han de reconocerse como tales en sus proyectos colectivos, que duda cabe de que estamos ante un ejercicio de democracia.
La única pega es que el nuevo campo carece de pistas de atletimo en torno al césped. Desde nuestra experiencia guipuzcoana, resulta obligado advertir al club vizcaníno de que está a punto de cometer un tremendo error.
Erradicar las malditas pistas se ha convertido en un acicate para seguir avanzando, un faro de luz hacia el que caminar y un objetivo por el que luchar, amén de constituirse su molesta presencia en la explicación más razonable de los altibajos en el juego que, temporada tras temporada, nos vemos obligados a padecer. Ellos verán lo que hacen.