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Alberto Moyano

El jukebox

Zinemaldia: cambio de rollo

La misma semana en la que se encumbra mediáticamente el paradigma de ‘El hombre tranquilo’ encarnado en la persona de Vicente del Bosque, se anuncia el inminente adiós de otro perfil discreto: Mikel Olaciregui.


Antes de empezar, una aclaración: todos los periodistas que entonan loas a la forma de ser del seleccionador español deberían, por encima de todo, recalcar que, al menos en este mundo, si no ganas, todas esas admirables virtudes que le adornan no vale para nada. Y a veces, ni eso.


La década Olaciregui empezó con la realidad haciendo competencia deseleal al cine -los ataques televisados del 11-S- y la ausencia de los tres Premios Donostia de aquel 2001 -dos por espantada y uno, Paco Rabal, por fallecimiento-.


Luego, en estas nueve ediciones -a falta de asistir a la décima este año- se ha visto de todo, tanto en materia de películas como de invitados-estrella, lo cual ha servido para aprender de una vez por todas una dolorosa lección: en un Festival como éste, de nada sirven las primeras sin las segundas. Y aún más: éstas pueden funcionar como sustitutivas de aquéllas, pero no al revés.


No hay sección oficial lo suficientemente mediocre como para ensombrecer una edición multitudinaria en materia de recibimientos en el María Cristina. Y a la inversa, no habrá colección de joyas del séptimo arte que salve de los juicios más severos una edición sin famosos posando en el Kursaal.


El cine es el territorio de los sueños y Olaciregui representa la normalidad sin mayores entusiasmos. A estas horas, todo cuanto se pueda decir sobre su buenhacer palidece ante ese gran pecado capital de nuestros tiempos: el déficit carismático, ya sea real, ya sea supuesto.


Por lo demás, quién iba a pensar que cumpliría diez años como director, al menos, desde aquella trifulca con Anasagasti por no haber programado una película sobre Sabino Arana, que, la verdad, tenía una pinta apasionante.


Y en esto que llega José Luis Rebordinos, como dicen los periodistas deportivos, un hombre de la casa. Su cinefilia no sólo le granjea la admiración incondicional de los cinéfilos, sino incluso la del cuerpo de elite de esta tribu, los frikis.


Sea como fuera, que tenga mucha suerte. El objetivo está claramente marcado: conseguir un Festival cuyo prestigio internacional crezca sin parar, incluso hasta en el improbable caso de que -Billy Wilder no lo quiera-, las películas fueran cada año un poco peores que las del anterior. Otros festivales ya viven instalados en esa meritoria paradoja, loadas sean las ciudades que los acogen.


julio 2010
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