Dice Cayo Lara que “si la clase obrera supiera de política igual que de fútbol sería invencible”. La desconexión con la realidad ha alumbrado grandes líderes políticos, aunque no parece que vaya a ser el caso del coordinador de Izquierda Unida. Desde una perspectiva de clase, cabe preguntarse si la frase no sería aplicable estrictamente al propio Cayo Lara, por muy grande que sea su ignorancia balompédica. Por lo demás, si la clase obrera supiera de fútbol sería millonaria, vía quinielas.

Una semana después del incontestable triunfo de Suráfrica, las comparaciones, metáforas, símiles y lecturas en clave sociológica ya prácticamente se han agotado. La última, con la que habría que dar por clausurado el capítulo, consiste en equiparar al PP con la selección holandesa, tanto por la ausencia de propuestas como por su gusto por el patadón tobillero. Si el paralelismo no implicara que ZP es ‘La Roja’ hasta tendría un pase.

A falta de fútbol, se dijo que había que seguir atentamente el Mundial por la inmejorable ocasión que suponía a modo de introducción en lo africano. Concluido el campeonato, hay que reconocer que no es que hayamos aprendido mucho, más allá confirmarse alguna sospecha: cada vez que un europeo -en este caso, el entrenador- se pone al frente de un proyecto africano el resultado es calamitoso.

Transcurrida una semana, que se antoja un año, desde aquella gesta, lo lamentable es que España no ganara la final por 10-0, aunque sólo fuera por la variedad, habido cuenta los millones de veces que habremos aún de ver el gol de Iniesta. Se dice que Tele 5 pidió dos millones de euros al resto de las cadenas por las imágenes del beso de Casillas a Carbonero. Ojalá hubiera exigido la misma cifra por el dichoso gol.

Ahora, bien entrado el mes de julio, es la hora del ciclismo. El mejunge de puñetazos, delaciones químicas, estrategias inconfesables y lealtad patriótica a las firmas patrocinadoras convierten también el Tour en territorio fértil para las metáforas. Sin embargolas el interés de las retransmisiones decae al no contar con un Camacho que nos ayude a determinar con quién -y, sobre todo, contra quién- vamos.