Quién hubiera podido sospechar que apenas nos sacudiéramos de encima las novenas por la salvación de nuestras almas ya tuviéramos que lidiar con quienes desean hacer lo propio con nuestros cuerpos. O quizás era inevitable, quién sabe.
Se consolida e incluso gana fuerza la tendencia santurrona contra los anuncios de contactos en prensa y lo hace llevando consigo todos los tics habituales de las campañas puritanas. Como esas señoras que, paraguas en mano, acuden en manifestación en las películas del oeste a clausurar el burdel del pueblo, ZP y Bibíana Aído anuncian que están estudiando el tema.
En este caso, el tic puritano consiste en el habitual escamoteo de las razones que impulsarán la prohibición, en un intento de adecentarlas. Así, igual que la masturbación producía ceguera y daños en la espina dorsal, los anuncios de contactos, en opinión de ZP, contribuyen a “normalizar esta actividad”, siendo “esta actividad” el eufemismo elegido para designar el ‘oficio más antiguo del mundo’, circunstancia que al parecer no ha evitado que aún siga sin lo que el presidente llama “normalizar” y que cualquier otro llamaría legalizar o, incluso, si se quiere, ilegalizar. En lugar de todo eso, lo que hay es limbo legal.
Los directores de esta orquesta aseguran que la medida se inscribiría en la lucha contra las mafias que trafican con mujeres, pese a la evidencia de que la retirada de los anuncios de contactos en nada reduciría esta actividad delictiva, históricamente previa a la publicación de los citados anuncios.
En cualquier caso, de ser así habría que excluir los anuncios por palabras de prostitución masculina -que los hay-, los de prostitutas indígenas -“badakigu euzkaraz”, que los hay-, y prohibir a su vez los de “busco señora para cuidar persona mayor” por discriminatorios en razón de sexo.
Y se equivoca la Asociación de Editores de Prensa pidiendo que si se proscriben estos anuncios, antes se haga lo propio con la prostitución. En absoluto las autoridades necesitarían hacerlo, como demuestran la vetada publicidad de alcohol, tabaco o juegos de azar, los otros grandes azotes de nuestra integridad moral. Antes, le llegará el turno a la pornografía, tan dañina en cualquiera de sus soportes habituales.