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Alberto Moyano

El jukebox

Disparen sobre el pianista, pero cuando acabe

En lo que respecta a actividades culturales, el concepto ‘gratis’ sigue siendo algo que está por encima de nuestras posibilidades. Todo disfrute requiere un aprendizaje y todo aprendizaje, un precio, sea en tiempo, sea en dinero. Desde el punto de vista ecónomico, la distancia entre gratuito y un euro de precio es insignificante. Sin embargo, espiritualmente son dos continentes distintos.


Lamenta en su blog -www.heinekenjazzaldia.com- el director del Jazzaldia, Miguel Martín, la actitud de parte del público que asiste a los conciertos de La Zurriola que, tras pagar nada en concepto de entrada, se puede incluso llegar a sentir estafado por la propuesta musical. Apenas una anécdota que, por otra parte, no evitará que regrese al día siguiente porque ‘gratis’ es un narcótico que, cuanto más controlado crees que está, más atrapado te tiene.


El caso es que el disgusto de estos espectadores se traduce en gritos que dicen mucho de la tendencia social a igualarnos siempre por abajo. Sería casi lujurioso escuchar un “¡Judas!” como el que el gritaron al Dylan electrificado. A cambio, tenemos que conformarnos con el “¡Erreala!”. Un reaccionario diría que tenemos los exabruptos que nos merecemos, algo que se demuestra hasta en las pintadas de los WC públicos.


También comenta Martín la cada vez más arraigada costumbre de mantener animadas conversaciones a voz en grito durante las actuaciones programadas en la Plaza de la Trinidad. Se trata del autoespectador, una especie que no pierde detalle de sí mismo en todo el concierto. Cabe interpretar esta figura, omnipresente en todos los festivales de nuestra ciudad como el precio a pagar por vivir por encima de nuestras posiblidades.


Si al Zinemaldia sólo acudieran los cinéfilos, a la Quincena, los melómanos y al Jazzaldia, los musiqueros, nada sería lo mismo. Durante años, en el Festival de Jazz, lo importante para algunos era dejarse ver, pero ya no es suficiente: ahora también hay que hacerse escuchar. Para colmo de desgracias, los mentados individuos se pasan todo el concierto en su sitio, sin dar un respiro, siquiera para ir al bar, quizás porque beber y hablar simultáneamente son actividades incompatibles.


julio 2010
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