Animado por los espectaculares resultados cosechados por el pulpo ‘Paul’ a lo largo del pasado Mundial, el rey se echó ayer en brazos de ese pensamiento mágico que, por otra parte, está en el núcleo de la legitimidad monárquica.
En otra exhibición de eso que los monárquicos llaman campechanía y los ‘juancarlistas’ saltarse el protocolo, don Juan Carlos abrazó con afecto la figura del apóstol, después de haberle pedido públicamente que ilumine a nuestros políticos. El santo ya ha emitido un comunicado explicando que su límite son los milagros y que más allá de estos truquitos, carece de competencias.
Y casi mejor que sea así. Iluminar a nuestros líderes equivaldría a que los demás les viésemos tal cual son, cosa que nadie desea. De cualquier forma, más que iluminarlos, convendría que los insonorizase.
Pese a todo, las plegarias han sido atendidas, si quiera parcialmente. Aquí llegan Michelle Obama e hija, que de todos los enclaves humanos existentes en un planeta tan superpoblado como éste, han tenido que elegir la Marbella de ‘Katxuli’ y Gil y Gil para pasar el verano. Sirva como demostración de la imposibilidad de iluminar a los políticos, así vivan en la Casa Blanca.