Si, como afirma Loveof74, la gente se divide entre quienes leen los carteles en las paredes y quienes no lo hacen, habrá que convenir que entre los primeros existe un subgrupo formado por aquéllos que tras leerlo optan por arrancarlo.

A esta subespecie pertenecían los dos turistas madrileños que, a su paso por la Diputación Foral de Gipuzkoa el pasado domingo por la tarde, decidieron llevarse consigo la placa colocada para recordar que la presencia de la bandera española obedece estrictamente a razones legales.

El caso es que una vez vista la ‘ekintza’ de los dos turistas madrileños coincidiremos todos en que no aporta nada en este tema. Bien sea porque acumulamos un patrimonio descomunal en esta materia, centrado además tanto en estelas funerarias, banderas de todo signo o inscripciones recordatorias, como en mobiliario urbano en general, bien por la proverbial falta de previsión madrileña, la acción peca de desidia e incompetencia.

En estos tiempos en los que el ADN campa por sus respetos y que con apenas una muestra capilar la Policía es capaz de adivinar tu dieta veraniega, he aquí a dos individuos en bermudas y minifalda actuando como principiantes para las cámaras de seguridad.

Se podría hablar de audacia de no ser por la inoperancia que les obligó a simular a base de besitos y también se podría hablar de huida, de no ser porque la distancia recorrida no da para tanto, dado que fueron detenidos en el estanque de los patitos.

Sobre los motivos que les animaron a cometer el desaguisado, sólo caben las especulaciones. Quizás, no pudiendo ya soportar tanta iconografía inconstitucional, se sintieron impelidos a hacerlo. De ser así, contarán sin duda con antecedentes dado el vergel en que esta materia han sido Madrid y alrededores hasta ayer mismo.

En cualquier caso, su gamberrada es inocua. No ha causado más daños que el destrozo parcial de la placa, rota, sí, pero incorrupta. El peligro ahora estriba en que su reinauguración exiga un acto de desagravio por la afrenta sufrida y quién sabe si hasta una restauración pública del honor mancillado por dos turistas que pasaban por ahí en bermudas.