La guía turística cuyos redactores incluso visitan en ocasiones los lugares que recomiendan acaba de situar San Sebastián entre las diez mejores “costas de evasión” europeas.

“Es imposible poner los ojos en San Sebastián y no enamorarse localmente”, sentencia el autor de la nota, en una frase de la misma estirpe que “es ponerse la camiseta de la Real y parecer que hasta corres más”, pronunciada recientemente por una de nuestras últimas incorporaciones.

San Sebastián es bellísima, pero adolece de falta de conversación. Encasillada desde tiempos inmemoriales en el papel de guapa y tonta, ha acabado por interiorizarlo hasta el punto de hacerlo suyo, como esos actores que empiezan interpretando a Tarzán y acaban columpiándose de la lámpara del salón.

No se trata de restar un ápice sus méritos como destino turístico para visitas esporádicas cuando te lo pide el cuerpo. Al contrario. Ésa es su condición idónea. El problema es que nosotros estamos casados con ella, formando un viejo matrimonio que ha agotado ya todas sus posibilidades tras los innumerables intentos que forjarnos algo parecido a un carácter.
En el caso de la guía, hay que destacar el indiscutible acierdo que supone deslizar como quien no quiere la cosa el adverbio “locamente”, una inestabilidad emocional que ayudará a los visitantes a afrontar las facturas de su estancia. Y es que así como la belleza es un concepto cambiante ligado a épocas y modas, los precios constituyen una categoría objetiva indiscutible que nos sitúa, esta vez sí, por derecho, al lado de la Costa Amalfitana, por citar otro destino de “evasión”.

Alguien dejó escrito que “la idiotez es el mejor cosmético”. La frase se ha demostrado una falacia en lo que respecta a las personas. Resultaría paradójico que fuera una descripción exacta de algunas ciudades.

Y si como destino turístico está entre las mejores “costas de evasión”, como lugar de residencia es un centro de máxima seguridad concebido para el cumplimiento íntegro de la pena.