Mediante bajo la formas amables de “lo hacemos para mejorar en lo posible” se ha puesto de moda consultar todo con el usuario, colocándole una y otra vez en el doloroso trance de tener que elegir.
El derecho a decidir si somo o no una nación es una estimulante fiesta de la democracia, auténtica batalla de las ideas, pero reunirse con la comunidad soberana de vecinos para votar si la nueva puerta del portal ha de ser de aluminio o de PVC produce primero pereza y luego pánico, en ocasiones, lo mismo pero en orden inverso.
Ahora te vas de vacaciones y al acabar el tour operador te obliga a puntuar a los guías y a los chóferes. Visitas un museo y a la salidad te dan una hoja llena de preguntas a responder “para ayudarnos a mejorar”. Y no sólo eso: te llaman a casa para interrogarte si prefieres descuento en las llamadas de fijo a móvil o viceversa, si quieres que te cobren el gas cada dos meses o cada seis o si no desearías que la tarifa fuera aún más plana.
Es más: cualquiera que se haya visto en el penoso trance de comprar un frigorífico -con escarcha o sin escarcha, el congelador, ¿arriba o abajo?, en ¿blanco y falso cerezo?- conoce la nostalgia de la Unión Soviética del modelo único por más que no llegara a conocerla. Vivimos en unas primarias permanentes en las que lo importante no es tanto la decisión en sí como el hecho de que se tome en el acto.
Ahora, tras aportar múltiples ideas para el Rompeolas en particular y la candidatura 2016 en general, se invita al peatón a aportar ideas para mejorar la Semana Grande. Entiéndaseme: la participación ciudadana es genial, pero hemos llegado a un punto en el que sólo es posible ejercerla en régimen de dedicación exclusiva ya que empieza a ser difícil compatibilizarla con cualquier otra actividad que aspiremos a ejercer.
Habrá que empezar a elegir no a los políticos que mejor gestionen -si es que tal ejemplar existe-, sino a los que con mayor precisión interpreten nuestros deseos -incluidos los más ocultos, sobre todo, los más ocultos-, sin la mutua molestia de andar haciéndonos preguntas.
No obstante, ya que las han hecho, aquí va una idea: que el Premio de los Fuegos Artificiales se conceda por votación popular -al modo del Premio del Público en el Zinemaldia- o en su defecto, que podamos elegir a los miembros del jurado mediante listas abiertas y sufragio universal directo. Todo esto entra en contradicción con lo anterior expuesto. Bien, ¿y qué?