La resolución del secuestro de los cooperantes catalanes a manos de Al Qaeda del Magreb Islámico sirve para recordárnos, si bien de forma estéril, que las grandes proclamas lanzadas desde el púlpito de la decencia están destinadas a servirnos algún día de almuerzo, no necesariamente por vía oral.
La frase “no hay nada que negociar con los terroristas” suele servir para contar de cuajo los malos pensamientos en forma de “contactos indirectos” o “tomas de temperatura”, pero llegado el caso, sucumbe estrepitosamente ante el principio de realidad.
Y es que hay determinadas líneas rojas que un estado democrático no debe cruzar, aunque por otra parte, nada impide que, llegado el caso, las borre para volverlas a pintar un poco más allá, un poco más acá, siempre según convenga.
Así, mientras los soldados españoles se parapetan a cal y canto dentro de sus bases en Afganistán para salvar al país de los talibanes, el Gobierno que los envió negocia con los primos-hermanos de aquéllos un precio jurídico-económico. En algunas vecindades ideológicas, a este ejercicio de pragmatismo se le llama ‘razón de estado’; en otras, ‘cesión al chantaje’.
En su forma más perfecta, los lamentos de indignación por el dinero abonado en el rescate de los cooperantes catalanes se formulan por las clases medias liberales desde pisos de VPO con derecho a plaza de garaje y desván.
Y las invocaciones a la responsabilidad individual nunca vienen solas, sino a bordo de un vehículo oruga blindado que empieza reclamando a los montañeros que corran con los gastos de su eventual rescate y acaba exigiendo que los fumadores se paguen sus tratamientos. Y si estás pensando en respirar tranquilo porque todo esto no te afecta, recuerda que el sobrepeso, la alimentación inadecuada y la amenaza de enfermedad cardiovascular acechan en esta lista infame.
La recaudación de impuestos es universal pero la tendencia busca recortar los gastos como sea. Desde este punto de vista, cada uno de nosotros acaba conformando su propio grupo de riesgo, una condición que tarde o temprano acaba haciéndonos desmerecedores de las prestaciones sociales. A esta vieja sierra mecánica se le conoce como derecha compasiva, enésimo intento de presentarse bajo un rostro humano.
Por lo demás, cualquier ciudadano español que salga al mundo con la peregrina idea de ayudar a los más pobres debería saber que, llegado el caso, contará con las mismas garantías que una Telma Ortiz cualquiera durante su larga prestación de servicios en las convulsas Filipinas de Abu Sayyaf o el Frente Moro. Lo demás es prosopopeya.