Un Madrid plagado de millonarios lastrados en lo psiclógico, pero tocados por la diosa fortuna derrotó anoche a una Real que, a corto plazo, aspira a asentarse entre la clase media. Para conseguirlo, los ‘merengues’ alinearon a todas sus estrellas, con la excepción de Sara Carbonero. Para el bicentenario de la Real, que les invite a jugar en Anoea su padre.
El Real Madrid es como los Kennedy: se ha hecho con una aureola que sobrevive a lo largo del tiempo y al margen de la contumaz realidad. Y eso no hay quien lo cambie. Así, su juego ensimismado, la melancolía festiva de sus estrellas y todo el merchandising hortera no evitan que los tópicos sobrevivan temporada a temporada: “Un club señor”, “una afición exigente”, “un equipo que no se conforma con ganar, sino que necesita hacerlo jugando bien”. Ya.
Ayer en Anoeta volvió a revelarse como el conjunto plomizo que es. Lo único bueno que se puede decir de su irrefrenable tendencia al tedio es que no es contagiosa y que su visita brinda siempre al rival la oportunidad de jugar su mejor partido en toda la temporada. Algo es algo, aunque quizás no justifique los 90 millones pagados en su día por un tal CR9, a día de hoy, esporádico autor de ese tipo de goles que ya de niño te enseñaban a avergonzarte de celebrar.
El único de todo el club que se esmera en justificar su sueldo es Mourinho. Sale al campo con el pelo perfectamente despeinado, la barba recién desafeitada y su aspecto a medio camino entre jugador de ruleta en Montecarlo y adicto a los duty-free aeroportuarios. A partir de ahí, desarrolla un show siempre fiel al guión: carreras por las bandas, gesticulaciones a modo de retransmisión televisiva para sordomudos y cuando su equipo marca gol parece que la ha clavado él personalmente.
Luego, de vez en cuando y siempre en atención a las cámaras de los programas tipo ‘El día después’ y ‘Lo que el ojo no ve’, toma notas en un cuaderno cuyo contenido no es difícil adivinar -“¿cómo me pueden pagar lo que me pagan por jugar así?”- y hasta escenifica su falso enfado lanzando botellas de plástico contra el banquillo.
Como si tuviéramos nosotros la culpa de que el Madrid estuviera condenado a ganar todo lo irrelevante, a perder todo lo importante y en ambos casos, jugando fatal. Eso sí, en el caso de Mourinho, la botella que estrella con rabia siempre está medio llena, al contrario que la de la Real. Seguro que ahí estriba la diferencia porque si no, no lo entiendo.