La noche en la que Javier Sardá declamó aquello de “telebasura, tu puta madre”, el presentador no sólo definió con enorme precisión el género, sino que trazó su ausencia de límites.
Pero en aquellos tiempos, también de telebasura en horario ininterrupido, cada contenedor exhibía con nitidez sus colores, de forma que no se generaban excesivas confusiones a la hora de elegir en cuál de ellos había que depositar cada residuo. Así, la audiencia de ‘Crónicas Marcianas’, por seguir con el mismo ejemplo, sabía que estaba expuesta a todo, salvo a un debate sobre las elecciones primarias en el socialismo madrileño
En cambio, ahora, todos los contenedores son pardos, con resultados demoledores para el reciclaje. Así, tertulianos políticos analizan las crisis matrimoniales de cualquier pareja que se les ponga por delante, mientras los periodistas del corazón ponderan las ventajas e inconvenientes de comprar filetes en Irun.
En este género, todos los palos se los lleva Belén Esteban, cuyo más que justificado título nobiliario de ‘princesa del pueblo’ constituye toda una invitación a la proclamación de la República en nombre de la soberanía popular, es decir, aunque sólo sea para salvar al pueblo de sí mismo.
Sin embargo, los perjuicios mentales que pueda causar esa célula madre que atiende al nombre de ‘la Esteban’ palidecen en comparación con los que ocasiona un Miguel Ángel Revilla, auténtico residuo tóxico de este vertedero, al que, por razones indeterminadas, hay quien encuentra simpático.
Revilla es ese hombre siempre dispuesto a regalar anchoas a cualquier personaje importante de este mundo, de despedir a sus víctimas con palmadas en la espalda y si te descuidas, con un abrazo, y de certificar en nombre de toda España la inocencia o culpabilidad de alguien simultaneando el interrogatorio y la colonoscopia ocular. Después, pronuncia su dictamen.
¿Y tú preguntas que es telebasura? Telebasura eres tú. También tú. Sobre todo, tú.