A la luz de lo relatado en el informe del Tribunal Vasco de Cuentas, habrá que convenir en que si alguna musa habitaba las instalaciones de Musikene en el Palacio de Miramar era una de las de alto standing. El informe de TVC no es un dictamen de la fiscalía anti-corrupción, sino tan sólo un acta irrefutable que pulveriza las teorías de corte ‘new age’ sobre cuánto nos mejora la cultura como personas.
Guiado por la máxima de que “si llega la inspiración, que te pille cobrando trienos”, el Centro Superior de Música del País Vasco fue un chiringuito que, bajo el forma legal que rige las fundaciones privadas, se dedicó a dilapidar los fondos públicos. Puede que no hubiera saqueo, pero sí choteo.
Dietas por desplazamiento y alojamiento sin facturas que las justificaran, duplicación de tareas, creación de sociedades mercantiles, pagos omitidos a la Hacienda Foral y presupuestos que hormona del crecimiento disparada conforman este relato.
Cuando en Musikene interpretaban ‘Mi patria en mis zapatos’, éstos eran siempre Manolo Blahnik. La búsqueda de la excelencia entendida como un crucero de lujo, en el que el dispendio generalizado generó casos graves de adicción, hasta el punto de que entre profesores y alumnos se las ingeniaron para alumbrar una nueva figura académica: el “suspenso consentido”, una fórmula como otra cualquiera de seguir formándose en la excelencia a precios de mercadillo.
Todo esto no lo llevaron a cabo concejales de Urbanismo de recónditos pueblos costeros, ni militantes del GIL, sino profesionales y estudiantes perfectamente formados y supuestamente viajados. Decía la profesora de ‘Fama’ algo sobre que si había que empezar a pagar con sudor. Desde luego, nos hubiera salido mucho más barato.