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Alberto Moyano

El jukebox

Moratinos será un mierda, pero nadie es perfecto

Pasa que Arturo Pérez-Reverte trabaja a fondo la hipérbole. En ese contexto preciso se sitúa su valoración de Moratinos como un «perfecto mierda». Puede que, en efecto, Moratinos sea un mierda, pero hay que volver a los clásicos para recordar, una vez más, que nadie es perfecto. Ni siquiera los mierdas.

A partir de este malentendido, se ha desatado la cacería contra el ‘padre’, nada menos, que del capitán Alatriste, al que se ha llegado a tildar de «machista»,  cuando lo cierto es que estamos ante el más importante autor de literatura homoerótica de las últimas décadas.

Su añoranza del hombre español de una sola pieza, su arrobo ante los torsos sudorosos de los marineros, su solaz ante el poderío desplegado por los operarios en plena monta y desmonta de una exposición  o su subyugada rendición ante la belleza incomparable de un buen legionario así lo atestiguan.

Si Pérez-Reverte no se ha convertido en un icono del movimiento gay se debe únicamente a un problema de falta de sincronía con la Historia. Nació demasiado tarde, es heterosexual por pura anacronía, podría decirse. Y es que el hombre de sus sueños ya no existe, tal vez nunca existió, salvo en su calenturienta imaginación: era aquél que bebía vino recio, fumaba tabaco sin filtro, jamás retrocedía y moría abrazado a la bandera de una patria que antes fue Imperio.

Moratinos, por el contrario, siempre parece estar a punto de ponerse a toser, probablemente se marea al olor del Cola-Cao y resulta improbable que, en el fragor de la batalla, fuera a causar estragos en las filas enemigas.  Del ex ministro, lo que más molesta al académico de la Lengua no es su presunta condición de ‘nenaza’, sino su incapacidad para ser todo un hombre.

En realidad, Pérez-Reverte no es más que otro militar con altavoz, alguien que ha perdido demasiado tiempo entre la tropa, que ha compartido escudilla con los pobladores de cuarteles y acuertalamientos. Un hombre forjado en los pelotones de asalto, acostumbrado a entrar en directo desde las trincheras, mientras a sus espaldas, Occidente se jugaba una vez más su destino. Y, claro, en esos ambientes de hacinamiento y promiscuidad todo se pega.


octubre 2010
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