Mariano Rajoy es, sin la menor duda, el líder que la derecha de este país necesita. Sus habilidades como escapista, su inagotable repertorio de respuestas a la gallega y su panoplia de silencios le convierten en el confidente ideal a la hora de guardar un secreto. Y el programa electoral del PP, en especial, el económico, lo es.

Lo malo es que alguien dentro de su equipo trabaja para el enemigo al obligarle a conceder periódicamente alguna entrevista. Se trata de un formato periodístico con el que Mariano se lleva fatal, sobre todo si no es para la sección de Deportes. Sus asesores deberían restringirle la participación en entrevistas salvo aquéllas en las que vaya a ejercer de entrevistador.

Sólo si guarda silencio, sus expectativas de voto suben y su valoración política se mantiene estable. Cuando se trata de responder, la intentona suele saldarse con al menos un herido de consideración, habitualmente el propio Rajoy, por disparo en el pie. Y si se pone sincero, el pronóstico se agrava.

Ayer, ‘El País’ le tendía una gincana de cinco páginas plagada de emboscadas y Rajoy caía puntualmente en todas: confesaba su devoción por Cameron, anunciaba su intención de derogar el matrimonio homosexual -¿con carácter reatroactivo, quizás?- y hasta sustituía al Poder Judicial a la hora de establecer las condiciones bajo las cuales sería aceptable la presencia de listas de la Izquierda Abertzale. Y en todos los casos lograba transmitir de que, en realidad, el asunto se la trae al pairo.

Ni el propio PSOE sabe aún quién será su candidato a presidente en las elecciones de 2012, pero confía ciegamente en que el del PP apueste por tercera vez por Rajoy. Ahí, y no en Rubalcaba, es donde se cifran todas sus esperanzas. Pero aún queda año y medio, tiempo suficiente como para que Mariano pierda frente a cualquiera, incluidos por supuesto eventuales candidatos que puedan surgir en su propio partido.