Asistimos al cumplimiento de la segunda parte de la profética maldición lanzada en su día por Leire Pajín, cuando en pleno éxtasis resaltó el acontecimiento planetario que suponía la coincidencia de dos líderes como Barack Obama y Rodríguez Zapatero en el espacio y en el tiempo.
En esta ocasión, el presidente del Gobierno español se ha adelantado por unos meses al líder estadounidense a la hora de aplicar una política económica y social opuesta a la que esgrimió para ser elegido. Ambos lo harán siguiendo las instrucciones precisas de los mercados, que en Estados Unidos adoptan la forma de elecciones al Congreso.
Barack Obama -en adelante, Barack Lomana-, ya ha admitido sus errores e incluso ha confesado que se ha visto obligado a tomar decisiones con las que no estaba de acuerdo, algo que jamás escucharemos de boca de George Bush y que demuestra la supremacía moral del Partido Republicano, al menos, en lo que se refiere a fidelidad al mandato de su electorado.
Para colmo de males, emerge en aquellas tierras el movimiento ultraconservador del ‘Tea Party’, unas gentes capaces de compaginar la creencia ciega en Adán y Eva con las negociaciones bilaterales sobre la fusión del átomo con Irán, otro país medieval que considera compatible la práctica de la lapidación con el uso pacífico de la energía nuclear.
En cualquier caso, la derecha española está blindada frente a la hipotética emergencia de fenómenos similares porque mientras que Rouco Varela velará contra la tentación de celebrar cualquier ‘party’, líderes de opinión como Sánchez-Dragó, Martín Prieto o Hermann Tertsch sólo permitirían el servicio del ‘tea’ por encima de sus cadáveres.
Todo este retorcido proceso de designación de líderes progresistas a los que luego se obliga a aplicar políticas conservadoras evoca poderosamente a la escena de ‘A Serbian Film’ en la que, según dicen, un adulto viola a un bebé. Se dirá que en la película se trata de un muñeco, pero ¿acaso no lo son también Obama y ZP? Quizás una juez debería examinar el contenido de los telediarios para determinar si son aptos para un público inmaduro como el nuestro.