Cuando un futbolista anuncia que “ha llegado el momento de hablar en el campo” significa que nos encontramos en el preludio de un proceso de introspección que desembocará en el mutismo más absoluto. En el caso de la Real, en efecto, hay que quitar las pistas de atletismo, aunque sólo para que evitar que, en el tránsito que lleva de la zona mixta al césped, los jugadores pasen de ser Demóstenes a convertirse en una suerte de ‘Rain Man’.
La Real siempre cuenta a priori con una plantilla de ensueño en la que el Zurutuza de turno jamás termina de confirmar las expectativas, en parte, debido a que apenas ha tocado un par de balones cuando ya irrumpe un nuevo fenómeno, pongamos por caso un Illarramendi, a día de hoy, un nuevo Xabi Alonso en estado embrionario, quién sabe si en breve, la sombra de un recuerdo.
También los hay que se niegan a intercambiar camisetas con los jugadores del Barça bajo el extraño argumento de que, confundiendo el complejo de inferioridad con el principio de realidad, aseguran no apreciar diferencia alguna entre ambos equipos. Mención aparte merece Antoine, que no debería hablar en el campo, ni en la sala de prensa, menos con la boca llena. Para eso tiene un padre.
En cuanto a Xabi Prieto, sería de uno de los futbolistas con más talento de la Liga española si los partidos no duraran 90 minutos y las temporadas, 38 partidos. Su carácter melancólico y guadianesco se antoja incompatible con el torneo de la regularidad. El vídeo con los mejores momentos de su carrera superará en mucho a su propia carrera. Su capacidad para brillar se circunscribe a los resúmenes de ETB -ese programa en el que el locutor siempre pulveriza en el registro de posesión de balón a los dos equipos en liza-.
Urge que la Real se homologue a sí misma. Para conseguirlo, por un lado, es fundamental quitar el terreno de juego del centro de las pistas de atletismo. A la dificultad que entraña entregar un balón en condiciones al compañero que corretea a tres metros -dadas las limitaciones técnicas intrínsecas a un equipo que apuesta por la cantera con puntuales refuerzos inoperantes para los puestos clave- se suma hacerlo en el medio de una instalación propia de un deporte propio de sospechosos de politoxicomanías varias.
Por otro, se deberían evitar por todos los medios los partidos matutinos. Esta circunstancia, irrelevante en los equipos que practican el fútbol, perjudica de forma notoria a los conjuntos que, como la Real, basan su juego en mortificar al rival hasta adormecerlo, una estrategia mucho más propicia para la hora de la siesta. Además, despistan a la plantilla al estimular sus tendencias infantiloides, cultivadas en aquellos admirables partidos playeros.
En tanto confluyen estas dos felices circunstancias, sólo queda -una vez más- rastrear la categoría en busca de tres equipos peores, esto es, aquéllos cuyo estadio sea una bolera o que -por mor de las exigencias de la parrilla televisiva- se vean condenados a jugar todos sus partidos los lunes a las nueve de la mañana.