Llevo media mañana intentando emocionarme por la desaparación del inventor tantas grandes tabletas, pero por el momento sólo he llegado a conmoverme por la muerte de otro enfermo de cáncer. Se supone que el hecho de no rendir culto al anónimo inventor del papel ayuda a poner en perspectiva bastante este tipo de acontecimientos luctuosos.
El invasivo mundo de los genios que empezaron a fraguar su fortuna en un garaje y acabaron provocando oscilaciones en las cotizaciones de Bolsa me resulta ajeno por completo y, por qué negarlo, un tanto cansino. Recuerdo a Steve Jobs presentando su penúltima tableta -desde el punto de vista iconográfico, una escena propia de la Adoración de los Reyes Magos con música de villancico-, y tan sólo logro evocar con nitidez las bocas abiertas de los asistentes a aquel santo oficio.
Siempre he visto a Steve Jobs pegado a un artilugio, lo cual ayuda a
relativizar la importancia de su desaparición. Al fin y al cabo, lo peor
que le puede pasar al segundo es que se quede sin batería. Apple revolucionó las comunicaciones, pero no el comunicado que, en su forma más básica, sigue siendo “yo estoy aquí, tú, ¿dónde estás?” Definitivamente, no encuentro la excitación, ni el pálpito del abismo por ningún lado.
Soy consciente de que en el momento en el que un ordenador no te seduce hasta la llantina es que padeces un cortocircuito emocional. La duda gira en torno a si desbes buscar ayuda en la psiquiatría o en la informática. Por otro lado, una educación disfuncional hace que sólo te provoquen esa vibración especial los creadores de cosas inútiles, a saber, poemas, dibujos, canciones, fotos…
Para Apple, mi más sentido pésame o sea, apaga y enciende. En cunto a Jobs, aquí van los versos de Boris Vian, a diferencia de las tabletas de temporada, éstos sí, inmortales:
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“No quisiera morir
Sin haber conocido
Los perros negros de Méjico
Que duermen sin soñar
Los monos de culo pelado
Devoradores de trópicos
Las arañas de plata
En el nido trufado de burbujas
No quisiera morir
Sin saber que la luna
Con su falso aire de moneda
Tiene un lado puntiagudo
Si el sol está frío
Si las cuatro estaciones
No son en realidad más que cuatro
Sin haber intentado
Llevar un vestido
En los grandes bulevares
Sin haber mirado
En una alcantarilla
Sin haber puesto el sexo
En rincones extraños
No quisiera acabar
Sin conocer la lepra
O las siete enfermedades
Que se atrapan allí
El bueno como el malo
No me darían pena
Si si yo supiera
Que lo iba a estrenar
Y está también
Todo lo que conozco
Todo lo que aprecio
Que sé que me gusta
El fondo verde del mar
Donde danzan las briznas de algas
En la arena ondulada
La hierba tostada de junio
La tierra que se agrieta
El olor de las coníferas
Y los besos de la
Que si tal que si cual
La bella que ahí está
Mi Osezno, Úrsula
No quisiera morir
Antes de haber gastado
Su boca con mi boca
Su cuerpo con mis manos
El resto con mis ojos
Ya no digo más es mejor
No ser irreverente
No quisiera morir
Sin que hayan inventado
Las rosas eternas
La jornada de dos horas
El mar en la montaña
La montaña en el mar
El fin del dolor
Los diarios en color
La alegría de los niños
Y tantas cosas más
Que duermen en los cráneos
De geniales ingenieros
De jardineros joviales
De inquietos socialistas
De urbanos urbanistas
Y de pensativos pensadores
Tantas cosas que ver
Que ver y oír
Tanto tiempo esperando
Buscando en la oscuridad
Y yo veo el final
Que bulle y que se acerca
Con su cara horrorosa
Y que me abre sus brazos
De rana patituerta
No quisiera morir
No señor no señora
Antes de haber palpado
El sabor que es más fuerte
No quisiera morir
Antes de haber probado
El sabor de la muerte…
“