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Alberto Moyano

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El andaluz dentro de mí

Josep Antoni Duran i Lleida -que es sólo uno aunque parezca trino-, se ha convertido con el paso de los lustros en el diputado que más conocimientos acumula permanentemente en torno a lo que hay que hacer y lo que no, y que, en consecuencia, en más ocasiones ha tenido que atrevesar el doloroso trance de rechazar un Ministerio. Una postura respetable que, paradójicamente, encuentra compatible con la propuesta de retirar las prestaciones sociales a cualquier parado que rehúse algún puesto de trabajo, aunque no sea tan ingrato como el de ministro.


A Duran i Lleida, que le puede faltar trabajo, aunque jamás un buen sueldo, le duele que “nuestro payés no pueda recoger las frutas porque no hay dinero, mientras que en otros sitios de España, con lo que hacemos nosotros, reciben el PER para pasar toda la jornada en el bar de su pueblo”.


Los discursos de Duran i Lleida deberían retransmitirse con música de Chambao. Cualquier ‘efecto llamada’ palidece frente a las campañas publicitarias que el político catalán dedica a Andalucía, una tierra en la que, al parecer, la vida se reduce a contemplar el paso del tiempo desde una barra, mientras te arreas un fino tras otro a la salud de Cataluña. Piensen ahora en nuestro casi gimnástico ‘Euskadi, saboréala’ y pregúntense a continuación donde preferirían vivir.


En apariencia, las palabras de Josep Antoni van dirigidas contra una cosa pero arremeten contra otra. Bajo la excusa de la supuesta desidia andaluza -y ahí que se arreglen entre ellos-, el hombre se dedica a desprestigiar uno de los mejores inventos de la humanidad, el bar, entendido como sinónimo de perder el tiempo moviendo hielos.  En efecto, aquí no se viene a trabajar y si bien tampoco se puede fumar, al menos cuentas con la tranquilidad de saber que no te toparás dentro con el Duran i Lleida de turno, siempre tan ocupado haciendo cuentas en la cafetería del Congreso, ese polo de la innovación.


Desde la otra esquina, ya lo decían los más concienciados en los gloriosos tiempos en los que crecía la espuma de la ‘indignación’: “Es emocionante ver que la juventud por fin sale del bar para echarse a la calle a protestar”. Claro, el bar es el enemigo de la virtud, en especial, cuando se te acumula tanta.


De ahí el rechazo que suscita entre santurrones, hacendosos, comprometidos, concienciados, responsables y emprendedores -estos últimos, todo el día en el garaje, maquinando esas innovaciones que cambiarán el mundo y tralará-, y la paralela e irresistible atracción que ejerce sobre el resto, o sea, esos despreciables inútiles que, que presos del indolente andaluz que llevan dentro, sólo sirven para recoger aceitunas. Y ni si quiera por la buenas, sólo bajo amenazas.


octubre 2011
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