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Alberto Moyano

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Las personas del verbo Eguiguren

El diagnóstico es unánime: por un lado, los partidos deberían abrirse a los ciudadanos; por otro, Jesús Eguiguren debería haber formulado sus observaciones en el seno de los órganos de dirección del Partido Socialista de Euskadi.


Se sabe que al igual que las cucarachas serían los únicos seres que quedarían sobre la tierra tras una hecatombe nuclear, la dirección de un partido es lo único que sobrevive a una debable electoral. Cuando a una formación política ya no le quedan ni programa, ni candidato, ni ideología, ni votos y ni electores, ahí emergen los órganos de dirección.


Por eso, a punto de cumplirse una semana del hundimiento socialista, lo único que hemos podido contemplar hasta ahora es el enorme vacío que deja la ausencia de Rubalcaba -sólo comparable a la de Rajoy- y la promesa de PatxiLo de reflexionar de cara al futuro, de forma que los socialistas vascos encuentren la mejor manera de seguir haciendo lo mismo para perfeccionar sus derrotas. Y es que el lehendakari está persuadido de que no necesita ayuda a la hora de perder unas elecciones. Obra en favor de sus tesis el hecho incontestable de que así llegó al cargo.


En un partido cuya voladura ha sido antes interna que externa y a manos de las termitas más obedientes y devotas, tipo Leire Pajín por ponerle cara a la plaga, las irrupciones del presidente del PSE son consideradas siempre extemporáneas. Para colmo, sus palabras resultan doblemente sospechosas al proceder de alguien sin aspiraciones en el escalafón. “Entonces, ¿qué quiere éste?”, se preguntan sus correligionarios, irritados por su reiterada incapacidad de formular sus críticas en un respetuoso silencio.


Se ha reprochado al vapuleado dirigente socialista su afición a “pensar en voz alta”, haciéndole ver el peligro que para el partido supone que la clientela escuche a alguien con algo que decir. Sin embargo, si hay algo que reprochar a Eguiguren es su empecinamiento en doblegar la naturaleza de las cosas, intentando convertir a López en un líder, algo que no sólo va contra la esencia de éste, sino que también sería enormemente contraproducente, en opinión de quienes mejor le conocen. Si le enviaron a otro continente en vísperas de que saltara la noticia más esperada de las últimas décadas fue tan sólo por el placer de hacerle regresar de urgencia.


Por fortuna, todos saben que las palabras de Eguiguren causarán un impacto limitado. Hoy en día, los incendios dialécticos siempre se apagan haciendo que las mangueras bombeen incensantemente litros de “más allá de sus palabras, le han fallado las formas”. Y en efecto, los partidos deben abrirse a la sociedad, siempre y cuando ésta no aproveche para colarse dentro.


noviembre 2011
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