El arte de ser un buen anfitrión no consiste tanto en saber recibir a las visitas como en saber despedirlas. En este sentido, Donostia ha fallado en el tratamiento que requería la apuesta de El Sol por el formato de subasta a la hora de escoger la sede de su Festival. El resultado es que los publicistas se han ido, cuando lo pertinente era que se les hubiera dejado ir.
En el Antiguo Testamento se cuenta cómo Josué ordenó que el sol se detuviera sobre Gibeon, pero desde desde que Bilbao lanzó su oferta low cost, el festival con nombre de astro rey -una denominación que delata un cierto declive con sabor a crepúsculo-, San Sebastián pasó a convertirse voluntariamente en el atrezzo de una puja en la que nunca debería haber entrado.
Bildu, que se maneja de maravilla en el terreno de las esencias pero flaquea constantemente en el de la anécdota, no supo decir que no, una decisión que debería haber contado con el respaldo unánime de los grupos municipales. Según la literatura al uso, cuyo bibliografía se renueva constantemente con continuos artículos periodísticos, la ciudad es un prodigio de atractivos para el foráneo. Nuestra propuesta debería haber empezado y acabado ahí. El resultado hubiera sido el mismo, pero nos hubiésemos ahorrado el plantón publicitario. En cuanto a hosteleros y taxistas, en apariencia los principales perjudicados por la migración, bien hubieran podido consolarse recordando el mantra que repiten durante todo el año a sus usuarios: “Sí, hay mucha gente de fuera, pero nosotros vivimos sobre todo del cliente de aquí”.
He aquí otra oportunidad desperdiciada. En medio de la oleada de capitales-tronistas que se han embarcado en esta suerte de variación del concurso ‘Ciudades, creativos y viceversa’ , San Sebastián podría haber emitido una nota dando las gracias al evento por su larga estancia donostiarra y deseándole en el futuro toda la suerte del mundo, cosa que por otra parte va a necesitar. El eslogan turístico nos lo daban hecho: “San Sebastián se elige, no se adjudica’. Aquí queda escrito, dentro de las más estrictas reglas de la publicidad moderna, esa disciplina artística centrada en la creación de necesidades artificiales.
Por otra parte, es de justicia admitir que los creativos van a estar infinitamente mejor en Bilbao, en donde aún no les conocen del todo. Si pones la ciudad a su completa disposición en modo minibar, puedes dar por seguro que agotarán las existencias, no porque constituya un gremio más buitre que el resto de la sociedad, sino porque siempre van un paso por delante de ella.