Contra el Barça, la mayoría de los equipos pierden, pero nadie alcanza la perfección del Madrid en esta disciplina deportiva que es la derrota. Una perfección, todo hay que decirlo, lograda de la mano de Mourinho, que convierte cada previa al partido del siglo en un acontecimiento singular en constante renovación. El entrenador merengue ha elevado el ridículo a la categoría de arte con tan solo desprenderse de la vergüenza. Por el camino, ha eviscerado al club de sus valores permanentes, esa patraña.

Así como hay severos correctivos futbolísticos que desumbran en su sencillez, el portugués pierde con un barroquismo exagerado y en medio de enormes gastos de producción. A saber: sus pesados abrigos, su aspecto desaliñado según las estrictas instrucciones de El Corte Inglés, un dedo en un ojo, el jugador más sobrevalorado del mundo y Karanka. El resultado es variaciones sobre el tema de la derrota en clave de sol. Es omo si alguien vestido de Supermán entre semana se lanzara un par de sábados al año por la ventana para caer a plomo sobre la acera.

En apenas temporada y media, ‘Mou’ amenaza con agotar todo el repertorio conocido en materia de fracasos. Tiene que ser muy duro  salir vapuleado del campo una y otra vez por culpa de la Unicef. Y para colmo, donde los demás vemos a un árbitro, él ve a un niño abandonado que intenta devolver a la organización humanitaria parte de lo que ésta le dio. En cualquier caso, nadie ha perdido tantos encuentros como Mourinho ante audiencias de 500 millones de espectadores. Mourinho pierde como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.

En cuanto al Barça, se trata de una secta inmisericorde que oficia bajo el dictado de una suerte de gurú que hasta se permite recordar a los políticos que la verdadera zozobra se sitúa en la zona euro. Dicen que su juego sublime aburre. Puede ser, pero sólo cuando juega contra el Madrid y únicamente por lo repetitivo que acaba siendo el resultado final. El entretenimiento es territorio exclusivo de ‘Mou’. Al menos, Pellegrini perdía como si su equipo no hubiera podido ganar. En cambio, el portugués lo hace como si a sus jugadores no les hubiesen permitido jugar. Algo que, por otra parte, es exactamente lo que le hace el Barça, lo cual multiplica el asombro que suscita.