A la luz de lo visto ayer en el Congreso de los Diputados durante la debacle de investidura, lo único que cabe esperar de esta legislatura es que Rajoy protagonice la vuelta más rápida y acabe la carrera con el depósito lleno y neumáticos antideslizantes Estamos viviendo el tiempo de la esperanza-basura. A partir de esta noche, urge solicitar el adelanto electoral. La voluntad de acuerdos del líder ‘popular’ es tal que practicará el continuismo respecto al PSOE, un partido que ya ha adelantado que no le permitirá cruzar las líneas rojas que ya se encargó de atravesar Zapatero, ayer de cuerpo presente pese a su avanzado estado de descomposición.

Lo único que sabemos es que, en una demostración de voluntarismo, el nuevo gobierno simplificará la legislación laboral antes de ponerla a los pies de los emprendedores españoles para que puedan entregarse a la frenética creación de empleo y generación de riqueza, un ejercicio tan estéril como restringir la comida familiar para dedicar todos los recursos a inflar a viagras al abuelo nonagenario, a la espera de que acontezca el improbable milagro.

Escoltado por un PSOE reducido a la condición de spin-off del PP, Rajoy mostró su inequívoca voluntad de hacer lo que le dé la gana con el consenso de todos los demás partidos. Cuenta con una mayoría que, más que absoluta, es abrumadora, dado que las fuerzas de la izquierda oscilan entre la claudicación incondicional y el lastre que supone un simpático aunque modesto apoyo electoral, tanto más sangrante cuanto que fue cosechado mientras ‘la indignación’ vivía su apogeo absorta en las ensoñaciones cambiamundos y al parecer olvidó ir a votar.

El programa de Rajoy se resume en un solo concepto: ‘lo inevitable’, y una certeza: no vacilará en cumplir todas y cada una de sus omisiones. No es necesario entrar en detalles, tiempo habrá de sumergirse en el terreno de lo tenebroso. A día de hoy, Rajoy es el futuro, una proclama tan nihilista que reduce a la condición de fiesta hippie el ‘No future’ de los punkis.