Una anécdota bien reciente ilustra en toda su magnitud el carácter vacuo y la personalidad pusilánime de Rodríguez Zapatero: invitado a la presentación del último libro de un director de periódico que lleva siete años relacionándole de una forma u otra con el mayor atentado terrorista perpetrado en Europa, el ya ex inquilino de La Moncloa no dudó en acudir al acto, una misa gospel a la mayor gloria del autor. Si bien es cierto que el chascarrillo dice también mucho sobre la catadura moral del anfitrión, lo cierto es que retrata a ZP como a una inconsistente veleta de cuya existencia real cabrá incluso dudar con el paso del tiempo.
Zapatero fue el presidente que demostró de forma palmaria que la mejor forma de fracasar es intentar caer bien a todo el mundo. Así, lo mismo postuló una salida social a la crisis que se embarcó en una frenética espiral de recortes sociales, simultaneó la ley de dependencia con las veladas aunque constantes amenazas del copago, inventó la ocurrencia del chequé bebé y congeló las pensiones, mientras se aprestaba a retrasar la edad de jubilación, y si con una mano aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, con la otra siguió atiborrando a la Iglesia Católica de fondos públicos, que -además- ni siquiera sirvieron para sofocar su incesante cacareo. Sus mayores aciertos -léase el caso del País Vasco- fueron el fruto involuntario de una sucesión de malentendidos y desobediencias -véase Eguiguren-.
ZP es el explorador que emprende todos los caminos convencido de que no terminará ninguno. Como todos los inseguros patológicos elevados al liderazgo, se rodeó de un grupo de ‘salafistas’ de sí mismo y se deshizó de los discrepantes. Ya ni se molesta en ocultar su perplejidad por los desarrollo de los acontecimientos que se lo han llevado por delante, pero su retirada de la política le permitirá ahondar en su ignorancia.
Por lo demás, el PSOE ya está convulsionando. Son muchos los que, habiendo entregado los mejores años de su vida a la forja de un cómodo futuro a cargo del erario público, no están dispuestos a naufragar en la oposición. Cada día que uno pasa apartado de un cargo público aumentan sus posibilidades de acabar buscando trabajo en el sector privado y eso sí que no. Dejan a su paso cinco millones de parados y la renuncia a sus señas de identidad. No obstante, se van convencidos de que el problema radica en que el partido se ha alejado de la sociedad, como si hubieran caído derrotados a manos de una asociación de vecinos. ZP es el primer presidente que transmite la inquietante sensación de saber menos a la salida de su mandato que cuando éste empezó. Y esta condición se la ha contagiado a su partido. He aquí su legado.