La Real Sociedad tiene un equip0 cuya alineación está destinada a ser recitada de carrerilla por los niños de varias generaciones. Por los niños del equipo rival, claro, en este caso, los del Mallorca. Y este año no serán los únicos, al tiempo.
Resulta sumamente incómodo escribir sobre la Real justo cuando acaba de firmar uno de sus periódicos ridículos en el torneo de Su majestad El Suegro de Urdangarín, pero el hecho de que se canten desmesuradas grandezas del equipo cuando vence gracias a un gol anotado de forma notoriamente involuntaria neutraliza las acusaciones de ventajismo -un fenómeno que en todo caso funciona en las dos direcciones- y otorga a cualquiera autoridad para decir cualquier cosa. Y si tiene mucho mérito marcar goles chutando desde tu propio campo, aún lo tiene más encajar cuatro en seis minutos y seis en un solo partido a manos de un rival que apenas ha metido el doble en toda la Liga y cuyo entrenador ni había soñado con ver nunca semejante dígito en su casillero.
Ante la evidencia de que, se mire por donde se mire, el conjunto donostiarra es a día de hoy una birria insufrible, se suele contestar mediante la gamberrada consistente en sacar a relucir el amor por los colores, un argumento sonrojante en un aficionado, fraude de ley en un periodista. En cualquier caso, también cabe preguntarse qué clase de amor se profesa por alguien, cuando es evidente que te lo cambiaron hace años y has seguido compartiendo cotidianamente alcoba sin percatarte de nada debido a que se pone cada noche aquel mismo pijama.
Estamos ante la primera Real cuyos jugadores saltan al campo transmitiendo la inequívoca sensación de que no se conocen ni de vista, ni han tocado un balón en toda la semana. Al sencillo argumento de que no saben jugar a fútbol se replica de inmediato con la resignada coletilla de “al igual que los de otra decena de equipos”. Bien, una vez más, todas las esperanzas se cifran en encontrar tres peores equipos en Primera. Más vale que aparezcan porque fijo que en Segunda hay cinco o seis mejores.