Hay niños que de pequeños juegan a policías y ladrones, pero así como en el segundo grupo alguno verá cumplido su sueño de llegar a banquero, ninguno de los alineados en el primero anhelará pertener a los antidisturbios, el último eslabón de la cadena anclada en el principio democrático que otorga al Estado el monopolio de la violencia. Simplemente, una cosa lleva a la otra y para cuando se dé cuenta, estará empuñando una porra. La culpa, de la sociedad, que no brinda otras oportunidades que llegar a lo más bajo.
La educación para la ciudadanía bien entendida encuentra su primera lección en una contundente carga policial, so pena de que el temario se convierta en una pieza de ficción. El trabajo de la Policía se basa en prevenir antes que en reprimir, por eso, un porrazo a tiempo inculca más valores que una visita escolar al Congreso.
En una carga policial como la perpetrada ayer en Valencia contra un grupo de adolescentes, la primera víctima es siempre el agente que, toscamente adiestrado para proteger a la sociedad de sí misma, se encuentra armado hasta los dientes frente a un grupo de niños. Es difícil imaginar una situación que entrañe mayor humillación para cualquier adulto.
El hecho de que uno de los policías espetara a una de las alumnas la frase ‘no tienes cuerpo ni de puta’ evidencia una cierta envidia malsana hacia otros gremios que incurren también en el contacto físico íntimo como forma de vida vida. Los policías pueden sentirse orgullosos de su trabajo a condición de que no se engañen sobre la naturaleza del mismo: ninguna prostituta cambiaría su labor por la de un antidisturbios.
En cuanto a la referencia al cuerpo, vivimos en una sociedad superficial basada en valores epidérmicos y en la que el aspecto físico está sobrevalorado. Cualquier adolescente sabe que el principal órgano sexual se ubica en el cerebro. Allí donde, por las razones que sean, se renuncia a utilizarlo empieza a gestarse un antidisturbios.