Si Iñaki Urdangarin hubiera bajado en coche la rampa que conduce a la puerta del juzgado en lugar de hacerlo andando hubiese resultado igual de culpable o de inocente, pero al optar por el paseíllo a pie dio la sensación de que en ese gesto se agotaban todos sus argumentos en favor de la segunda opción. Al fin y al cabo, Iñaki es un injerto en una familia plusmarquista en la disciplina de salto, modalidad de protocolo.
Luego, una vez ante el juez, el yerno demostró una mala memoria fotográfica envidiable. Basada en el ejemplo modélico de la Transición española, Urdangarin optó por recordar su profunda inocencia, descartando cualquier episodio bochornoso que pudiera enturbiar su propia evocación. Si el juez le hubiera lanzado una pelota puede que la hubiese atrapado con destreza, recordando al instante que fue jugador de balonmano; si le hubiera puesto delante dinero en efectivo, quizás hubiera recuperado conciencia de su condición de economista.
Acostumbrados a posar para los benevolentes pintores de cámara, los miembros de la Familia Real no están dotados para el autorretrato y puede que en esta ocasión el resultado haya sido un mamarracho desde el punto de vista judicial. Cada día que pasa, las sospechas aumentan. Ayer lo hicieron de la mano de la Casa Real, a quien se atribuye una queja sobre la excesiva duración del interrogatorio, queja que sólo elevaría alguien que tuviera algo que ocultar. El temor quizás radique en que contra más tiempo pase el marido de la infanta declarando más posibilidades hay de que hable, con el consiguiente riesgo de que acabe por decir algo. En cualquier caso, el olímpico imputado tenía delante a un juez sexagenario y si el interrogatorio se le hizo largo al primero, habría que preguntar por el estado en el que acabó segundo.
Vaya por delante que Urdangarin ha demostrado un carácter indomable que ya quisiera para sí el español medio, de natural, tan manso. Advertido por su soberano suegro hasta en tres ocasiones, el hombre no tuvo ocasión de obedecerle, absorto como estaba en la acumulación de capitales ‘negroides’ mediante el presunto saqueo de las arcas públicas. A la vista de los resultados, quizás el rey debió lanzar sus tres avisos por televisión y ataviado de general de todos los ejércitos, como cuando salvó la democracia.
Aquí se está incubando ya la sospecha de que todo cuanto se sabe hasta ahora sobre las actividades económicas del asombroso yerno es tan sólo la punta del iceberg. La percepción puede ser injusta, pero si sus actividades fraudulentas se desarrollaron entre 2005 y 2007 cabe preguntarse qué ha hecho desde entonces, amén de dedicarse a la telefonía móvil. Porque si la cárcel rara vez rehabilita, la vida en palacio jamás lo hace.