Cada cuatro años, febrero está sobrevalorado o, por decirlo en el lenguaje actual, se convierte en un mes que vive por encima de sus posibilidades. Lo más frustrante de cada 29 de este mes es la ausencia de previsión por parte de las autoridades para dotarle de algún contenido especial. Pegarle un día más al año debería traducirse en disfrutar de otro festivo dedicado a la reflexión introspectiva, pero por alguna razón, la condición laborable de esta prótesis de calendario se da por supuesta.

Bisiesto viene de sexto, pero una vez sepultado el  Latín en la hecatombe general que padecen las asignaturas de la rama de Humanidades, el término remite mucho más a siesta. Sin embargo, en el año de los recortes trabajamos un día más. A primera vista, el 29 de febrero pertenece a la estirpe de los caprichosos enigmas que nos llevan a adelantar los relojes en invierno y a atrasarlos en otoño, con la diferencia de que nunca se nos compensa por la pérdida de tiempo que suponen días como hoy.

Obligarnos a pasar la jornada bajo el yugo del 29 de febrero constituye un nuevo ataque a la libertad de culto. A nadie se le debería impedir que hoy fuera 1 de marzo, exactamente igual que el año pasado.  Si hasta nuestra rígida Carta Magna demostró recientemente la flexibilidad de una atleta de gimnasia rítmica, no hay razón para que el calendario se muestre tan implacable. Quién nos indeminzará si el azar provoca que nos enamoremos en un 29 de febrero tan sólo porque alguien decidió que nos encontraramos en el momento y en el lugar equivocados.

Hoy es el día de la basura, el sexto contenedor, la cita ineludible con las misiones imposibles, la fecha en se descuadran los presupuestos, se dispara el déficit vital, hoy debería inaugurarse Tabakalera y reabrir Chillida-leku, es la jornada más propicia para que se corra la agónica clásica San Sebastián-San Sebastián y hasta si me apuran la versión ‘low cost’ de la Vuelta al País Vasco, un día oscuro en las listas de espera de Osakidetza, el momento propicio para que Urdangarin lo confiese todo, en definitiva, el bonus track de un año funesto. Nada de esto sucederá. El 29 de febrero no suma, sino que resta porque es un día que cae siempre en el último del resto de nuestras vidas. Por muchos años, dicho sea de paso.