El debate en torno a si es preferible el sistema republicano al monárquico se vuelve pueril cuando las posturas a favor o en contra se centran en comparar las posibilidades de incurrir en corruptelas que anidan en un yerno de presidente de la república frente a las que alberga un yerno de soberano. En contra de lo que se suelen predicar, a los sistemas no los hacen buenos o malos las personas, sino que la ecuación funciona justo al revés. Si el jefe del Estado es intangible a la ley -y el rey lo es- resulta ocioso confiar ciegamente en que las personas que, generación tras generación, se encargarán de ocupar este cargo salgan todas y siempre inmaculadamente honradas, por no entrar en el espinoso terreno de la capacitación.
El antiurdangarinismo es la otra cara de la moneda juancarlista e igual de inconsistente. La defensa de la restauración republicana no puede basarse en los supuestos chanchullos económicos del yerno del monarca porque resulta igual de ridículo argumentar lo contrario invocando la salvación de la democracia durante aquel 23-F, en el que -dicho sea de paso- población, partidos, sindicatos y cuantos organismos vertebran la sociedad civil se ausentaron de la realidad porque tenían que escuchar la radio. La régimen repúblicano es igual de bueno o de malo, con indepenencia de las actividades económicas de Nóos.
Desde un punto de vista republicano, la monarquía es un sistema tóxico por cuanto reparte privilegios y obligaciones en el ámbito público sobre la única base de unos presuntos derechos de cuna, a la vez que inculca a la ciudadanía un sentimiento de permanente minoría de edad. Y me refiero a aquí y a ahora, en donde la instauración de la Corona se produjo a dedazo de un dictador y sólo años después, vinieron los refrendos populares a unos hechos ya consumados.
La monarquía será igual de deseable o indeseable con independencia de que el rey pilote el sólo todo un ‘Hércules’ durante veinte minutos, mejore muchísimo la imagen de España en el mundo, su yerno haga lo propio en los paraísos fiscales, la infanta llegue al volante de su propio “coche como cualquier otra joven de su edad”, la reina sea “una gran profesional” o todos ellos se salten al unísono el protocolo para ir a saludar personalmente al pueblo que se agolpa contra el vallado.
El presidente de la República Federal Alemana también ha tenido un comportamiento digamos que poco ejemplar, a consecuencia del cual, será sustituido en el cargo, mientras que si Urdangarin ha delinquido conservará su condición de yerno de un rey al que, según dicen, engañó primero y desobedeció después (o quizás fue al revés, lo mismo da). En esta diferencia estriba la cuestión. El resto es bla-bla-bla de autor.