Tras los atentados del 11-M en 2004 los partidos convocaron una manifestación en defensa de la Constitución, pero ocho años después algunos han cambiado de opiniónd y consideran toda una afrenta a las víctimas ejercer según qué derechos recogidos en la Carta Magna- sea esto lo que sea-.

En opinión de los santos custodios de la discografía de la Orquesta Mondragón, urge acordonar la triste efémeride mediante la instauración de una suerte de’sharia’ de raigambre pedrojotista que permita disputar la Liga de Fútbol, pero no celebrar los goles; aprobar nuevos recortes presupuestarios, pero no protestar contra ellos; practicar el sexo, siempre que sea sin amor, e incluso salir de Ruiz de la Prada a dar un paseo por la calle.

Las víctimas son mangoneadas sin compasión en tanto los ‘amigos de lo oculto’ rastrean con tesón en busca de alguna prueba que permita finalmente conectar los atentados islamistas de Madrid con El Código Da Vinci, así sea mediante la práctica de la arqueología ferroviaria que, en ocasiones, encuentra restos de vagones abandonados, prueba irrefutable de algo que nunca se termina de concretar.

Lo peor no es pantomima que ocho años después aún intenta otorgar alguna explicación sobrenatural a la primera derrota de Rajoy ante la indiferencia del agraviado, sino lo que les está costando articular sus argumentos poque a esta alturas, ¿hay alguien capaz de concretar, siquiera mínimamente, qué es lo que se pretende demostrar? Al fin y al cabo, Rubalcaba ha acreditado en tan poco tiempo tanta inoperancia en tantos frentes distintos que se ha autodescartado como autor de tan prolija conspiración.

Si manifestarse el 11-M es un pecado de lesa patria es porque el nuevo santoral -disponible en Orbyt- incorpora la Cuaresma a la lista de estados naturales del alma. Al fin y al cabo, en España, ese país construido sobre un cementerio indio, siempre es víspera de Semana Santa.