Ya es miércoles y aún sigo preguntándome por qué el árbitro no pitó gol. No es fácil encontrar respuesta. Se dirá que porque no vio que el balón entraba en la portería, pero ¿y qué importa eso? El fútbol renuncia a las últimas tecnologías que eviten los errores de bulto en beneficio de la intuición arbitral.
A resultas del error, arrastro desde el domingo ese noble sentimiento de culpabilidad propio de quien se está saltando las obligaciones de odio que conlleva la fidelidad a los colores, un sentimiento desprovisto de matices. Quizás ha llegado el momento de confesar que con la Real llevo tiempo fingiendo el orgasmo, pero en cualquier caso, qué le hubiera costado al tal Mateu Lahoz dejar que el tanto subiera al marcador. Sólo espero que en penitencia, Sánchez Arminio le obligue a leerse cuanto se ha escrito al respecto.
Siguiendo las instrucción de la prensa vizcaína, incluso he ensayado la polénmica jugada con una mandarina. En efecto, la prueba del cítrico arroja dudas. Inmerso en este ejercicio de ilusionismo, este lance del juego me llevó a otro y éste, al siguiente, de forma que al final me salió que en puridad el partido debería haber terminado en empate a nueve, y con el Hércules en puestos Champion. De todo esto se deduce que una mandarina no es exactamente un balón, aunque se le parezca bastante.
Este tipo de flagrantes injusticias pervierte el juego sucio y envilece el deporte profesional, en donde lo justo es que siempre ganen las rentas más altas, para solaz de nuestros hijos que así se forjan desde pequeños en los rigores de la disciplina presupuestaria. La Real es un club tan modesto que tres días después del partido, la indignación del aficionado blanquiazul sigue siendo incluso superior a la del patrocinador del equipo. Si se nos priva del derecho a perder los partidos en igualdad de condiciones, qué sentido tiene todo esto.
Tan sólo nos queda el consuelo de que todo el mundo tiene su Athletic, incluso el Athletic. Mientras aquí vivimos convencidos de que el club que preside Urrutia se beneficia de ayudas arbitrales, en Vizcaya sospechan que la Federación bebe los vientos por el Barça, a la vez que desde el Nou Camp se ven clarísimas las preferencias de las estructuras organizativas futboleras hacia el Real Madrid, quien a su vez, atribuye todas sus desdichas a la Unicef.
Antes de terminar el post, debo reconocer que la terapia de sanación a través la escritura funciona. Empìezo a soñar con la venganza por poderesy aunque aún no me he hecho del Manchester, prometo perseverar en la acumulación de sentimientos negativos hacia el Athletic, a punto he estado de poner el Bilbao. Seguiría escribiendo, pero la inquina es un sentimiento absorbente que exige dedicación exclusiva. Sólo espero que si el equipo de Bielsa gana la Copa del Suegro de Urdangarin, el trofeo se lo entregue al capitán del equipo el propio Jaume Matas.