Los domingos son los únicos días de la semana en los que este blog se permite deslizarse en la ‘literatura del yo’ en la confianza de que nadie leerá el post, así que dejen que deposite una confesión íntima: mientras que todo español de bien presume de haber leído y comprendido a perfección ‘El Quijote’ para los doce años de edad, yo no puede hacerlo porque estaba absorto en los tebeos del teniente Blueberry. En 1977, compré por 225 pesetas ‘El caballo de hierro’ -tercer álbum de la serie que se publicaba en España-, a resultas de lo cual hoy es el día en el que encuentro infinitamente más fascinante la portada de ‘Chihuahua Pearl’ que ‘La Gioconda’, cuya sonrisa misteriosa he visto reproducida una y otra vez en el rostro de las personas más lelas con las que nos topamos en la vida a diario.
Ayer murió uno de los creadores de este personaje -Jean Giraud ‘Moebius’- y a primera hora de la tarde, en redacción, intentaba elegir qué viñetas ilustrarían la información del fallecimiento resignado a fracasar miserablemente fuera cual fuera el resultado porque no hay página tan grande que admita una selección mínimamente rigurosa. Sucumbí al síndrome de Stendhal y en cualquier caso, admiren la magna ilustración de Arzack que abre hoy la página 56 del DV. Luego pueden proceder a determinar cuántas obras pictóricas del siglo XX en condiciones de rivalizar con ella son capaces de recordar, será una tarea amarga, creánme.
Cuando terminé de leer ‘El caballo de hierro’, simplemente, volví a empezar. Escruté minuciosamente cada viñeta, analicé cada composición de página sin saber siquiera que lo estaba haciendo e interioricé una forma de narrar de la que ya no me he desprendido. En cuanto al gusto estético, Giraud y ‘Moebius’ -o probablemente los dos- determinaron mi gusto estético algo más que los maestros flamencos, ya lo siento. Por alguna razón, el cómic aún no ha alcanzado el prestigio artístico de la performance y la vídeo-instalación, y aún hoy el periódico más prestigioso publica artículos dedicados a glosar la obra de Giraud bajo el vergonzante y autojustificativo título de ‘Un pionero que transcendió la viñeta’.
En el arte como en la vida, las jerarquías aún se establecen bajo rigurosos criterios burgueses en los que no hay sitio para el tebeo, a pesar de haber permitido el ascenso del tebeo a la categoría de cómic primero y luego, la de éste a la de pomposa ‘novela gráfica’. A pesar de todo, esta escuela de pensamiento aún considera que narrar historias mediante viñetas es una habilidad menor. Bueno, el cuerpo me pide camorra, por desgracia ese debate en concreto me la trae al pairo.
En mi caso, el niño que todos llevamos dentro hace tiempo que está ya amortajado y en avanzado estado de descomposición, pero el cachorro de condición animal que fui aún goza de una excelente salud. Por eso, cada vez que entro en una librería de cómics -por definición, un establecimiento ubicado siempre en Francia- me lanzó a la balda dedicada al teniente Blueberry, me doy un banquete de páginas, me embriago con los colores de sus viñetas, y no lo devuelvo a la estantería hasta que habérmelo acercado a la nariz para olftaer la fragancia de sus tintas. Yo creo que me coloca. No quisiera finalizar sin aclarar que ‘Gir’ fue una de las más conseguidas encarnaciones de la genialidad aplicada. Las deudas que contraje con él son de ésas que no hay forma de pagar.