Aunque el insmonio del rey era un fenómeno ya conocido, no obedece a los escabrosos acontecmientos -al parecer, algunos recogidos en soporte vídeo- al que venían atribuyéndolos las maledicentes lenguas del país, sino a los desvelos que le produce la elevada tasa de paro juvenil. Así como sus súbditos concilian el sueño contando ovejitas, el rey lo ha intentado hasta con bueyes de Kobe, pero ni por ésas.
Así lo confesó ayer, el propio monarca, en lo que podemos calificar sin temor a equivocarnos como un rapto de humor borbónico. La afirmación hizo que la reina, -que como es habitual durante los discursos reales cabeceaba a su lado con los ojos abiertos-, se sobresaltara, demostrando así que por las noches tampoco pega ojo, en un gesto que dice mucho sobre su forma de entender la solidaridad en la pareja.
Teme su majestad que la prolongada inactividad a la que se ven condenados el 50% de los jóvenes españoles acabe larvando seres indolentes, más propios de una familia real que de la juventud mejor ‘trepanada’ de nuestra historia. El rey sabe en primera persona que de la inactividad prolonogada a la reclamación de una asignación presupuestaria a cargo del Estado sólo hay un paso. Estamos hablando del peligro de que los jóvenes incuben la vocación de vivir como reyes y España es una, no cincuenta y una. En definitiva, el rey teme que los jóvenes ociosos entren en una deriva que les lleve a hacerse, si no monárquicos, al menos sí ‘juancarlistas’, dicho sea en el buen sentido de la palabra.
El paro crece y el rey no duerme por las noches, pero así como el primero crece siempre, el segundo sólo desaparece algunas veces. Don Juan Carlos no sólo practica la navegación a vela, sino que también pasa las noches en vela y ni siquiera sumergirse en una concentrada lectura del sumario Urdangarin le ayuda a caer en los brazos de Morfeo o cualquier otra vedette circense. En una ocasión, incluso se durmió creyendo que aún estaba despierto. Cuando finalmente recuperó la conciencia, estaba empapado en un sudor frío provocado por una atroz pesadilla: Froilán se veía en el trance de salir a la calle en busca de un puesto de trabajo.
La elevadísima tasa de paro juvenil demuestra que hemos sido ‘juancarlistas’ por encima de nuestras posibilidades. Por eso, el rey sueña despierto con el pleno empleo, según Freud, una forma de sublimación de los deseos más inconfesables. El desempleo acosa a la juventud, pero el rey es el que peor lo está pasando. En cuanto a los jóvenes sin trabajo, al menos les queda el consuelo de protagonizar en primera persona del singular el más célebre microrrelato de Augusto Monterroso: “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”. No se quejarán.