Con ese buen criterio que le ha permitido cumplir los 2.000 años de proselitismo, la Iglesia católica ha lanzado una campaña de captación de sacerdotes dirigida a despertar vocaciones que, como el rey en los actos oficiales, se habían quedado ligeramente traspuestas o, para qué negarlo, completamente dormidas. Tanto en su lenguaje no verbal como en su poética publicitaria, el anuncio no difiere gran cosa de los que periódicamente realizan las Fuerzas Armadas: prometen un trabajo fijo, un sueldo modesto, una vida apasionante y, lo más importante, la garantía de que no arrepentirás.
La crisis está alumbrando comportamientos desesperados, entre los más elocuentes, el de la propia jerarquía de la Iglesia católica, cuya consideración dogmática del trabajo como una maldición bíblica, no le impide ofrecer uno para toda la vida a modo de anzuelo. Además, desde un punto de vista estrictamente católico, un empleo para toda la vida no pasa de ser más trabajo precario cuando sostienes férreamente que a la vuelta de la esquina te espera otra, nada menos que para toda la eternidad, sobre la que nada se dice en el anuncio.
Lo del sueldo modesto tiene una importancia relativa, dado que los curas que he conocido iban por el mundo como si estuvieran en un resort con la pulsera ‘all included’ en la muñeca. En cuanto a la tercera promesa, la pregunta es por qué llevar una vida apasionante cuando puedes disfrutar de una normal. Más atractiva es la garantía de que nunca te arrepentirás porque lleva implícita la promesa de que quedarás eximido de los exámenes de conciencia, los más difíciles de aprobar.
En todo caso, la iniciativa de la Conferencia Episcopal revela que la fe ciega cede terreno a la pujanza de los formatos audiovisuales. Hace falta mucho más valor para presentarse en el seminario diciendo aquello de “vengo por lo del anuncio” que para caminar sobre las aguas, por poner un ejemplo. La decisión es difícil porque lastrarás de por vida con una biografía encabezada por la frase “fue un spot publicitario el que iluminó mi existencia”, demoledora se mire por dónde se mire.
Y si bien es rotundamente cierto que las épocas de crisis han sido las más propicias para la captura de almas, también lo es que el paso de las familias numerosas a las de hijo único han dificultado considerablemente la abducción de incautos. Antaño eran muchos los llamados pero pocos los elegidos; ahora los términos de la ecuación se han modificado ligeramente, al punto de que son muchos los que forman el target objetivo de clientes, pero pocos los que al final se presentan al casting.