El PP debería empezar a asumir su incapacidad para la seducción, sobre todo, cuando gana. Cada voto que obtiene más allá del círculo que conforma su núcleo duro de un millón de afiliados constituye una proeza. Como sucede con los bomberos, sólo se recurre a los ‘populares’ en situaciones desesperadas y por las mismas razones, puesto que todo el mundo sospecha que una vez que entren en tu casa, los destrozos que te ocasionarán sofocando las llamas no tendrán nada que envidiar a los que te causaría el propio incendio.

Sin embargo, al igual que sucede con Mourinho, Javier PalmaArenas también merece tras cada victoria una segunda oportunidad. Quienes piensan que el eterno candidato ‘popular’ ha agotado con el triunfo de ayer todas las formas posibles de perder unos comicios se equivocan: Arenas aún podría caer derrotado un par de veces más sin necesidad de repetirse, aunque resulta harto improbable que vaya a gozar de la oportunidad de demostrarlo.

Atribuir la desastrosa victoria del PP en las elecciones andaluzas de anoche a la reforma laboral supondría subestimar el disuasorio estilismo de PalmaArenas. En época de recortes, resulta complicado apelar a la austeridad embutido en un bronceado de balandrista. Por otra parte, para desdeñar los debates electorales se requiere una apariencia de humildad fuera del alcance del primer candidato de color a presidir la Junta de Andalucía. En su caso, podría decirse que reparte palmaditas en el hombro por encima de sus posibilidades. En una época en la que a todo cargo público le crecen los ‘familiares’ inoportunos, Arenas tiene un excesivo aspecto de ser su propio ‘yerno’.

Al menos, a Rajoy le queda el consuelo de que en sus visitas a Bruselas, ya no tendrá que alardear únicamente de huelgas generales en contra de sus reformas: a partir de hoy podrá fardar de reveses electorales apenas cien días después de haber llegado al gobierno. Si el dato no deslumbra a sus homólogos europeos, a la troika comunitaria y al G-20, nada lo hará. En cuanto a los mercados, sus represalias no se harán esperar, siguiendo el precepto maoísta de castigar a uno para enseñar a cien.