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Alberto Moyano

El jukebox

Apadrina un árbol, él nunca lo haría

Justo ahora que nuestros gobernantes municipales parecían haber remitido en su infatigable empeño de educarnos en valores a toda costa, resulta que hay novedades en este terreno: el donostiarra ya puede apadrinar un árbol por el módico precio de un euro, al cambio, menos de lo que cuesta un helado en Semana Grande.

Al amparo de la campaña ‘Enarbólate’, una denominación con ecos a desatada fiesta ibicenca, uno puede adoptar un arbolito siempre y cuando esté empadronado en la ciudad, con las ramas abiertas al mundo y las raíces hundidas en la tierra. Como Chillida, en efecto. En un alarde de modestia y de refinado gusto por las cosas sencillas que brinda la vida, dos concejales ya se han apresurado a hacerse con la titularidad de los secuoyas de la plaza de Pío XII, dejando para el resto de los vecinos las un tanto más ramplonas especies autóctonas.

El objetivo confeso de esta campaña es establecer “un vínculo sentimental” entre la persona y el árbol, y aunque es cierto que los vegetales tienden a ser de natural parcos en palabras, también lo es que, llegado el caso, pueden brindar más compañía que algunos adolescentes, con la ventaja añadida de que no hay que pactar con ellos el horario nocturno de regreso a casa.

A partir de ahí, la iniciativa deja un amplio margen de creatividad a nuestra probada capacidad para hacer de este mundo un lugar aún más fofo. Así, el padrino adquiere una responsabilidad en el ciudado del ahijado que lo mismo puede traducirse en abrir fuego contra cuanto can ose aliviar su vejiga a pata alzada sobre nuestro árbol que informando a la Fundación Cristina Enea sobre la evolución y crecimiento del ejemplar -“me come de maravilla, aunque me da unas noches…” o incluso “por ahora sólo somos buenos amigos, apenas estamos empezando a conocernos”-. Unas fotos compartiendo momentos inolvidables durante las vacaciones supondrían el colofón perfecto.

Como las cosas siempre tienden a enroscarse sobre sí mismas, el Ayuntamiento destinará lo recaudado a plantar nuevos retoños en alguna zona despoblada, de tal forma que siempre haya más ahijados latentes que padrinos en potencia. No habrá lugar a excusas del tipo “es que estoy en lista de espera”.

El modelo Domund de sociedad hizo metástasis y campa ya por sus respetos adaptándose a los nuevos tiempos, de forma que lo que antes eran niños hambrientos y desiertos africanos ahora son árboles pasotas y parques urbanos. Puede que todo esto no sirva gran cosa a la hora de salvar el planeta -como tampoco sirvió la caridad para acabar con las hambrunas-, pero si finalmente se derrite el casquete polar, que nos coja encaramados a un árbol. Dicen que subirá mucho el nivel de las aguas, quién sabe si no habremos de vivir de nuevo en su copa.

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