Como a todos los vampiros, a Antonio Basagoiti también hay que invitarle a entrar para que se anime a franquear la puerta. Patxi López lo hizo y ahora se encuentra en la tesitura de elegir entre dos abandonos: o a su pareja política o su residencia temporal.
Antes de que cualquiera de las dos cosas suceda, Basagoiti arrastrará al lehendakari por todas las estaciones que conforman este vía crucis que sigue los patrones típicos del maltrato doméstico, inculcándole la pérdida de la autoestima, humillándole en público y, finalmente, disculpándose por todo ello, justo antes de empezar de nuevo el implacable ciclo de la dominación.
No se olvidará el ‘maltratador’ de poner en relieve cuánto se sacrificó por su víctima, a la que apoyó sin contrapartida alguna, tan cierto como que carecía de alternativa. El solo hecho de imaginar cómo hubiera reaccionado, no ya Génova, sino España entera ante una maniobra escapista del PP que hubiese permitido la continuidad de Ibarretxe despierta sentimientos de conmiseración hacia el líder del PP vasco, del cual, dicho sea de paso, no hubieran quedado ni las raspas.
Basagoiti consiguió que López llegara a Ajuria Enea después de perder unas elecciones celebradas en la más favorable de las condiciones -“la ilegalización de un adversario”, apunta un lector-, no es una proeza menor, y además con el objetivo más noble: una Euskadi normalizada, en definitiva, un país en el que a la degradación rampante de la política profesional no se le sumara la incontinencia verbal como factor de mérito y ascenso en las cúpulas de los partidos.
Como buen vampiro, Basagoiti no dejará gran cosa del succionado, aunque está por ver que vaya a engordar a su costa. Después de tres años de normalización, la audaz maniobra al alimón de PSE y PP vasco podría dejar como legado una hegemonía parlamentaria nacionalista sencillamente aplastante. Será el momento apropiado para hacer balance de esta legislatura. En cuanto a la derrota de ETA, López o Basagoiti deberían explicar cuál ha sido exactamente su papel en todo esto porque, por decirlo suavemente, les falta visibilidad.